03. Chungking Mansions

Unos días antes de partir de Barcelona reservamos nuestro alojamiento a través de una central de reservas de hoteles on-line: booking.com. Se trata de una página de internet bien elaborada en la que puedes hacer tu reserva sin pagar nada por anticipado. Como es lógico, te piden un número de tarjeta de crédito como garantía, pero todo el pago se hace directamente en el hotel y luego ellos ya se encargan de cobrar su comisión.

Después de navegar diferentes días por esta y otras páginas, comprobamos que los precios medios que se pagaban por habitación doble en Hong Kong en esas fechas eran entre 30 y 40 €. También comprobamos que esos precios, los más bajos, sólo se daban en “hoteles” cuya dirección, la de todos, era “36-44 Nathan Road, Chung King Mansion” añadiendo a continuación información de este estilo: “C5, Floor 16, Block C”. Obviamente, es en esta segunda parte de la dirección donde se diferenciaban los distintos establecimientos. Por seguridad, en primer lugar comprobamos que al pinchar (el uso de esta palabra se lo debo al profesor don Laureano Carbonell Relat, quién es un monstruo de la autodidáctica informática y quién se ha ganado mi más sincero respeto; debo añadir que me encantan las interpretaciones que mi querido amigo Rubén hace de él, ¡bip!)... este... que al pinchar en el enlace que muestra el mapa de situación de cada hotel, todos aparecían en el mismo lugar: un edificio de la zona conocida como Kowloon, justo enfrente de la isla propiamente conocida como Hong Kong. Sin tener ni idea de cómo era Hong Kong, me pareció que ese sitio estaba magníficamente situado. A continuación os dejo un mapa general del Área de Administración Especial de Hong Kong (Hong Kong SAR en inglés), nombre completo de la región entera de lo que antaño fuera territorio británico. Nótese que he señalado tanto el aeropuerto como las áreas de Kowloon, dónde se encuentra el “hotel” que reservamos, y Hong Kong Island, verdadero centro de todo el entramado metropolitano.

Hong Kong SAR – Aeropuerto, Kowloon y Hong Kong Island.


Chunking Mansions, en el corazón de Kowloon.

Como podéis ver el aeropuerto se haya al este de la zona. Y para llegar desde él al centro de la ciudad se tardan tres cuartos de hora por carretera o en tren. El trayecto es impactante pues se circula por una gran autopista que serpentea a lo largo de islas montañosas, atraviesa largos puentes que las interconectan, siempre acompañados por innumerables barcos en su derrota desde y hacia los distintos muelles de la bahía. Como curiosidad quiero comentar que hasta no hace mucho Hong Kong tenía uno de los más peligrosos aeropuertos del mundo, pues el antiguo aeródromo se encontraba en medio de la ciudad, rodeado de rascacielos, con lo que las maniobras de aproximación, aterrizaje y despegue eran harto peligrosas. Eso sí, aterrizar entre esas grandes torres de viviendas era toda una experiencia para el pasaje.

Prosigamos con nuestra reserva hotelera. Después de comprobar que se trataba de distintos hoteles ubicados más o menos en el mismo lugar, procedimos en segundo lugar a revisar los comentarios de otros usuarios de la página que ya habían pernoctado en tales hoteles. La verdad es que nos llevamos una buena sorpresa y ahora os cuento por qué. Booking.com ofrece un sistema para puntuar la satisfacción obtenida en el hotel que reservaste en diferentes aspectos: instalaciones, limpieza, servicio, etc. Y justo a continuación te permite describir brevemente qué cosas positivas y qué cosas negativas encontraste. Así pues, revisando los comentarios de otros viajeros, encontramos que mucha gente coincidía en varios aspectos de todos estos hoteles. Para muestra, unos botones extraídos directamente de la web:

Cosas positivas:
  • El personal que en él trabaja.
  • El personal es súper amistoso, muy servicial, honestos...
  • “Clean, safe” (limpio, seguro).
  • “Air conditioner, good location” (aire condicionado, bien situado).
Cosas negativas (y aquí vienen las perlas, claro):
  • El edificio en el que está emplazado.
  • “The entrance of Chunking Mansions, where the hotel is based” (la entrada de Chungking Mansions, donde se encuentra el hotel).
  • “ChungKing Mansion area does not look very safe...full of touts. Its very crowded and some how the area does not give a good feel” (la zona de Chungking Mansions no parece muy segura… llena de pregoneros –tipos que te invitan a ir a su negocio-. Está masificada y de alguna manera el área no transmite buenas vibraciones).
  • “The entrance of the whole building is a bit weird because you feel like you are on a market in India or Africa and not in Hong Kong. But you get used to it” (la entrada del edificio es un poco rara porqué te sientes como si estuvieras en un mercado en India o África y no en Hong Kong. Pero uno se acostumbra a ello).
  • “The queue of the lift. Very small rooms, but comfortable, a lot of non chinese people (turkish, arab, muslims, etc)” (la cola del ascensor. Habitaciones muy pequeñas, pero confortables, mucha gente no china -turcos, árabes, musulmanes, etc-).
Bueno, estos son algunos representativos comentarios de lo que encontramos en la página web antes de reservar nada. Todos ellos aplicables a los distintos “hoteles” de Chungking Mansions, fuera lo que fuera lo que se escondía tras ese nombre que me sonaba de algo. Y, a grandes rasgos, deducí varias cosas. De los comentarios positivos, que el personal era excelente y las habitaciones limpias. De los comentarios negativos, que más que hoteles eran casas de huéspedes todas ellas situadas en el mismo edificio (y yo venga pensar que ese nombre lo tenía más que oído); que la entrada al edificio era muy peculiar, llena de gente de todas partes (¿qué se puede esperar en una metrópolis tan internacional como Hong Kong, por otra parte?); y, por la insistencia de tal comentario, ¡que los ascensores eran lentísimos! La verdad es que el tema del ascensor me parecía una buena exageración. ¿Y a quién no? Por otra parte el propio hotel, en su ficha de la web, informaba que en la entrada del edificio había gente haciéndose pasar por empleados suyos instándonos a acompañarnos hasta el hotel y a quién no debíamos hacer caso. Todo esto quizás escamaba un poco, pero mi espíritu aventurero me decía que quizás era una buena oportunidad de experimentar cómo se hacían las cosas apenas hace medio siglo.

Compartiendo todos estos pensamientos con los compañeros de viaje, les convencí de dejarnos llevar por mi intuición y reservar las habitaciones en una de esas casas de huéspedes. Lógicamente, que valieran la mitad y menos que el resto de ofertas y que estuviera en lo que parecía el centro de la urbe supongo que también tuvo su relevancia. En total reservamos dos habitaciones dobles por 340 dólares de Hong Kong (HKD de ahora en adelante) por noche cada una. El cambio aproximado EUR - HKD es de 1 a 10 aproximadamente, así que nos salía cada habitación por 34 € la noche. No estaba mal del todo, ¿no? Decidido: reservamos habitación en “Hollywood Guest House”, en Chungking Mansions.

Y con la impresión de la reserva en la mano llegamos la noche del 28 de septiembre a Chungking Mansions. Como se dijo en la anterior entrada de este blog, nos acompañaba la familia de Yaling al completo: madre, hija, abuela y abuelo, con su correspondiente equipaje. Así que éramos un pelotón al completo los que bajamos del autobús esa noche, formando una pintoresca estampa con todos nuestros bártulos en mitad de la bulliciosa Nathan Road de Kowloon. Y ese fue el instante en que empezó la verdadera aventura en Hong Kong.

Amigo, cuán ciertos eran todos los comentarios de la web. Nada más pisar la acera, empezaron a asaltarnos esos pregoneros, todos ellos indo-pakistaníes invitándonos a sus restaurantes, sastrerías, tiendas de electrónica y hoteles. Afortunadamente Hong Kong está lleno de occidentales, así que tampoco se hicieron demasiado pesados. Andados apenas unos pasos desde la parada del autobús, llegamos a la entrada de Chungking Mansions. Nos recibía el lugar mostrándonos cómo suelen estar las cosas en Asia: abarrotadas. Vomitando gente de todos los lugares y colores, así como un fuerte olor a fritanga, el acceso al edificio era una gran portalada en cuya parte superior lucía un cartel de letras doradas anunciando el nombre del recinto. Flanqueando el portal, grandes tiendas de electrónica: imagen, video, audio, informática… tiendas llenas de material de última tecnología. Pero allí me llevé el primer desencanto: los precios (tras el obligado regateo) no diferían demasiado de los de Europa. Pero este es un tema del que se hablará más adelante, así que sigamos con Chungking Mansions. Al ser de noche y estar bastante cansados, en ese momento no nos fijamos en el tamaño del edificio, pero supusimos que debía estar acorde con el resto de mastodónticas edificaciones de Kowloon, más aún cuando sabíamos que una de las casas de huéspedes de Chungking Mansions estaba en el piso 16.

La puerta de Chungking Mansions.

Tras la portalada se escondía una abarrotada galería comercial de pequeños establecimientos en su mayoría propiedad de indios y pakistaníes que hacían gala y oferta de sus tradiciones: tenderetes de comida de donde procedía el olor a fritanga, puestos de bisutería barata, de telefonía móvil, supermercados familiares y, ante todo, tiendas de cambio de moneda. Además de lo exótico de dichos comercios, serpenteaba entre ellos un verdadero río multicultural lleno de vida y color, donde lo curioso era que de lo que menos había era asiáticos. La sensación imperante era la de ir penetrando en un zoco digno de Indiana Jones, con sus gritos en diferentes lenguas, los pregoneros tratando de cazar clientes, y bastante gente sin ningún reparo en mirarte más allá de lo que en Europa tenemos por decoroso. Tan variado paisaje humano quizás tuviera algo que ver con que las habitaciones más baratas de todo Hong Kong estaban en este singular edificio. Y sí, el comentario sobre las no precisamente buenas vibraciones del lugar era muy acertado.

Vista exterior de Chungking Mansions.

En esos abarrotados pasillos de tiendas se encontraban los ascensores de acceso a las plantas superiores. Chungking Mansions se compone de varias torres conectadas por la galería de la planta baja, de la que parten todos los ascensores. Cada torre o edificio cuenta con más de 16 plantas y dos ascensores: uno para las plantas pares y otro para las impares. En estos ascensores, con aire condicionado y una cámara de televisión, caben ocho personas algo apretadas. Así que si sumamos el número de plantas, el número de casas de huéspedes y el número de éstos últimos… De nuevo sí, el comentario sobre la lentitud de los ascensores era también acertadísimo. ¿Y por qué la cámara de televisión en el ascensor? Pues porqué para evitar altercados, averías y otros incidentes por abuso de las instalaciones, Chungking Mansions cuenta con un cuerpo de porteros que procuran que no se abuse de la capacidad del ascensor, que se respeten las colas, que no haya muchos hurtos, etc. ¡Un trabajo harto difícil en un lugar como ese, os lo aseguro! Y sobre la puerta de la planta baja de cada ascensor hay una pantalla en la que se ve el interior de la cabina del mismo.

Y allí estábamos nosotros: los ocho, carrito de bebé y equipajes incluidos, compartiendo cola con tropecientas personas más, sin saber exactamente si estábamos en el lugar adecuado, sin quitar el ojo a nuestro equipaje y perplejos ante el espectáculo que continuamente regalan los sitios así. Esperando en la cola nos preguntábamos si habíamos ido a parar a un buen lugar. ¿Serían finalmente ciertos los comentarios respecto la bondad del personal y las instalaciones de las hospederías?

¡Pues qué carajo! Aún en la cola del ascensor, mi primera impresión no pudo ser mejor. Ya me esperaba algo así y llegué queriendo disfrutar de todo lo diferente que fuera capaz de ofrecerme el lugar, algo que un romántico como yo busca en sus viajes. Y salí servido con creces.

La primera sorpresa algo desagradable, dejando aparte la insistencia de algunos pregoneros, sucedió cuando la mitad del grupo aún esperaba coger el ascensor. Es gracioso, los padres de Yaling, como buenos anfitriones, deseaban atendernos en todo momento, así que ni cortos ni perezosos subieron al ascensor para ver las habitaciones. Los dos. Perdón, los cuatro: los abuelos, la madre y la bebé. Y todo el equipaje, y el carrito. Y va y resulta que en esa casa no les quedaba sitio, pero que en una del edificio de al lado, también dentro de Chungking Mansions, nos tenían guardadas habitaciones. La cosa había ido así: en primer lugar sube Lucía con la reserva en la mano acompañada de Yaling, su madre y el bebé. Luego sube hasta la pertinente planta el abuelo, el resto esperábamos turno abajo. Pero el ascensor tardaba lo suyo en bajar, y en la pantalla veíamos como Lucía y compañía entraban de nuevo en la cabina y volvían abajo. Acto seguido, claro está, nos informaban del cambio de alojamiento. Por aquel entonces yo aún me fiaba de los comentarios positivos respecto el personal de tales establecimientos, pero un poco menos.

Y por fin entré yo también en el ascensor. Imaginaos su estado, con un (ab)uso tan continuo de él. A todas horas, con tanta gente. Y, al salir de la cabina, comprobamos que los pisos sufrían de lo mismo. El rellano, de un verde pistacho feúcho, mostraba claros signos de que la pintura necesitaba un buen repaso. Había algunas pintadas con lápiz o bolígrafo aquí y allá y la escalera, escondida tras una puerta antiincendios, era un lugar sin apenas luz y aún más desgastado… ¡y eso que estábamos en la planta catorce! Por otra parte, se trataba de un rellano muy espacioso, de veras, con unos cuantos recovecos en cuyo final había varias puertas. Puertas que correspondían todas a distintas casas de huéspedes, salvo una que contenía un cartel que indicaba que no se trataba de un albergue y que, por tanto, pedía que no molestaran.

Y no veáis que panorama al llegar allí. En las distintas casas del rellano se alojaban un montón de negros, que hablaban divertidos entre ellos con el jolgorio habitual del que está de viaje. Vestían ropa cómoda, algunos iban en pijama o ropa interior; y tenían la costumbre de mirarte hasta que resultaba molesto. Pero uno entiende que no todas las culturas comparten estándares de comportamiento. Además, en el pequeño recibidor de una de esas casas de huéspedes estaban cocinando algo, cosa que añadía más encanto a esta especie de albergues en el que Obi Wan y Luke Skywalker bien podrían haber conocido a Han Solo. Y para rematar la jugada, en el rellano se amontonaban sacos de obra llenos de runa y material de construcción. Cuando uno está de viaje, no es nada agradable sospechar que es posible no poder descansar debido al gran ruido que conlleva toda obra.

Junto a una de las puertas, abierta de par en par, colgado en la pared había un papel escrito con rotulador con el nombre de nuestro alojamiento: “Four Season Hostel”. En el pequeño recibidor había un ordenador con un teléfono encima, una máquina de agua potable caliente y una mini nevera. Y en medio del pasillo había un enorme negro arrodillado sobre una alfombra, ataviado con ropas étnicas, tocado con ese peculiar sombrerito musulmán y orando supongo que hacia la Meca. En apenas medio minuto, con el tiempo justo para no dudar demasiado sobre si nos habíamos equivocado, apareció un joven de aspecto filipino o malayo que hablaba un buen inglés. Nos informó que era un trabajador de la casa y nos mostró nuestras habitaciones. Y se volvió a demostrar lo acertado de los comentarios de la web: el personal era amable, comprensivo y dispuesto a ayudar. Las habitaciones eran pequeñas pero limpias, y cada una tenía su televisión y su aparato de aire condicionado. ¡Ah! Y las reformas ya habían acabado así que no había que temer por ruidos a primera hora de la mañana.

En cuanto a las habitaciones en sí, el espacio era realmente reducido, tanto que no había ni armarios. En su lugar, las camas tenían la altura de una mesa, así que se podía dejar las maletas debajo de ellas y usarlas de armario. Y el baño, bueno, era de esos en que no hay plato de ducha porque todo el habitáculo es la ducha. Sí, uno se duchaba al lado de la taza del wáter, de hecho casi encima de ella. Y la pica para el aseo, pues mediría un palmo de ancho por dos de largo. Vamos, que al enjuagarte la boca como que incluso se hacía necesario apuntar un poco.

Aseo de las habitaciones de Four Season Hostel.

Pero realmente todo estaba impecablemente limpio y además en esta casa tienen la amabilidad de dejarte algunas piezas de fruta, junto con algunas botellas de agua mineral, en la habitación el día de tu llegada; el chico también nos comentó que había más fruta en la nevera y que podíamos usar la máquina del agua para té. También tuvimos la suerte de que nos asignaran dos habitaciones dobles que daban directamente a Nathan Road, así que las vistas eran muy buenas.

A pesar de esto, la sensación de no buenas vibraciones de Chungking Mansions persistía en mis compañeros de viaje; y personalmente opinaba que el edificio entero era una ratonera mortal en caso de incendio. El destino quiso que varios conocidos de Hong Kong nos informaran unos días después de que es famoso precisamente por eso: tiempo ha hubo algunos incendios en el lugar y perecieron varias personas; y es un sitio conocido por ser un nido de maleantes en el que la policía no se atreve a entrar. Tan mala es su imagen que una prima de Lucía, natural de Hong Kong, se horrorizó al enterarse que nos alojábamos allí. Ella y una amiga suya, de oficio abogada, nos contaron la de casos que se dan en tal edificio y la falta total de seguridad en la zona. Además, en la guía Trotamundos de China, definían a Chungking Mansions como “la Torre Infernal”. Finalmente, y tras mucho insistir, nos convencieron, algo a mi pesar, de dejar nuestro hostal y alojarnos en su casa. Así acabó nuestra pequeña aventura en Hong Kong, pues la segunda y siguientes noches dormimos en el precioso y excelentemente situado piso de Julia, la prima de Lucía.

Pero, ¡ah, amigos! ¿De qué me sonaba a mí el nombre de Chungking Mansions? Uno de los días que pasamos en Hong Kong nos acompañó Livin, un amigo de un amigo de Lucía al que atendimos hace unos años cuando visitó Barcelona junto a dos chicas y un chico amigos suyos (sé que alguno de los que leéis este blog recordaréis algo al respecto). Y estuve hablando con él sobre ese nombre que no dejaba de rondar mi memoria. En un principio creía que era uno de esos lugares en los que sucedió algo y que luego pasó a la historia como denominador del suceso: los juicios de Nurenberg, el Pacto de Varsovia, el Tratado de Kyoto, etc. Pero Livin, sin saber bien por qué, acertó a decir: “Chungking Express”. Y en ese momento caímos ambos. Ése es el título de una película del director Wong Kar-Wai que transcurre en parte en el ahora, para mi, mítico edificio.

“Chungking Express”, película de Wong Kar-Wai.

Os dejo aquí una sinopsis de la película que he encontrado en internet. La verdad es que no pinta demasiado mal, si te gusta el estilo del director. Yo he visto alguna de sus películas y son de ritmo lento y, en mi opinión, algo pretenciosas. Pero creo que no tardaré demasiado en ver esta, aunque sólo sea por reconocer los sitios que una vez pisé.
Chungking Express (1994), título inglés del cuarto largometraje de Kar-wai, pensado, rodado, montado y estrenado en tres meses mientras se resolvían los complicados problemas de post–producción de Ashes of Time, designa en su título un espacio inexistente en la diégesis, compuesto por la primera y la segunda palabra, respectivamente, de los nombres de dos locaciones esenciales en el film: por un lado las Chunking Mansions, una extraña mixtura de shopping, galerías, pensión pero también hotel que se confunden en el mismo lugar atravesados por algo que semeja un laberinto y, por el otro, el Midnight Express, un local de comida ligera y café al paso. Esta localización fantasma puede leerse como un eco de las parejas que no pueden concretarse y que son como fantasmas que rondan las historias de los dos episodios sucesivos que constituyen el film: el primero con atmósferas que remiten, de nuevo, al film noir, el segundo próximo a la comedia romántica, en los que dos policías solitarios que son el revés de los que proponen las ficciones del cine industrial de Hong Kong, hombres simples que acaban de ser abandonados por sus parejas, aguantan como pueden su soledad. Antes y después del arquetípico ‘boy meets girl’ aparecen más preocupados por sus cuestiones sentimentales que por el ejercicio de su profesión.

Bueno, y si ese señor hizo una película sobre el lugar porque le impactó (por lo visto se crió por ahí cerca), yo no podía ser menos. Aquí os dejo el resumen audiovisual de esta entrada. Entrada que en un principio creía que iba a ser breve y ya veis en lo que se ha convertido. En fin, si sabéis de alguien tan perezoso que no gusta de leer los largos textos que aquí expongo, podéis dirigirle directamente a este vídeo pues es un buen resumen de casi todo lo dicho hasta ahora. Sin más preámbulos, ¡que empiece la sesión!


"The Chungking experience", by J. Gastón (55 MB)

02. El primer paso

"Cualquier camino empieza con el primer paso"

Ahí estaba yo, bien consciente de que nada podía imaginar respecto la aventura que estaba iniciando. Y si bien no puedes saber qué te aguarda tras los recodos del sendero, sí que puedes afrontar cada suceso con clase y elegancia.

Amigo, no sabes la que te viene encima. Eso sí, tú siempre con “estilo”.

Septiembre de 2007, jueves 27. Me levanté temprano, el equipaje preparado la tarde anterior. Era el momento de despedirme de mi más próxima familia. Porqué de la no tan próxima, maldita sea mi estampa, no llegué a despedirme. Tíos y tías, primos y primas: las circunstancias me robaron el tiempo que os quería dedicar y falté a tan importante cita. Desde aquí mis humildes disculpas por no haber siquiera dado un telefonazo a quién tan cerca ha estado siempre.

Y con estos pensamientos en la cabeza, dije adiós a mi querido hermano, ese tipo tan especial; luego a mi padre; finalmente a mi madre. A media mañana llegaron mis abuelos maternos, ya faltaba bien poco para la partida y todo parecía bien trincado. Llegaron Lucía y su padre con Yaling y Sofía, y todos juntos partimos en pos de Judit y Oriol. Al fin, el primer paso.

Yaling y Sofía son la mujer del primo de Lucía y su hija. Ambos padres trabajan de camareros en "Pato Pekín Puerto Olímpico", el magnífico restaurante de la familia de Lucía. Si queréis rematar una agradable mañana de paseo por la zona del Puerto Olímpico de Barcelona o empezar bien una noche de diversión, no dudéis en disfrutar de la excelente comida china en este inmejorablemente situado restaurante. Bien, esta primeriza mamá y su hija se dirigían a Hong Kong para visitar a los abuelos de Sofía y dejar a la niña a su cuidado durante algún tiempo. Aprovechando nuestro viaje, Yaling podía realizar el suyo mucho más cómodamente pues llevar a un bebé y todo su equipaje volando por medio mundo es tarea harto difícil, aunque Sofía es de los bebés más agradables que he conocido: raramente llora, y si lo hace, apenas dura 4 segundos su llanto, siempre sonríe y por nada protesta.


Yaling y Sofía, preciosa bebé que nos alegró todo el viaje.

Judit y Oriol son una encantadora pareja de amigos nuestros. Conozco a Oriol desde el parvulario. Compartimos una infancia dorada en la escuela Dolors Monserdà / Santapau, de la que ambos guardamos excelentes recuerdos. Y a lo largo de los años, tuve la suerte de mantener buen contacto con tan apreciada persona. Últimamente compartimos algunas peripecias empresariales y estrechamos nuestra relación, hasta el punto que él y Judit no dudaron en lanzarse a la aventura junto con nosotros, para visitar durante sus dos semanas de vacaciones Hong Kong y Yunnan en mútua compañía. Y así, esa mañana de septiembre en la que el Sol de Iberia quiso despedirnos con su mejor cara, los seis pusimos proa a la gran China.

Judit y Oriol en el B-747 que nos llevó hasta Hong Kong.

¿Recordáis que, para mí, la mejor manera de empezar un viaje es llenar el petate de buenísimos recuerdos y mejores deseos? Pues en verdad lo llené bien lleno: más de veinte kilos marcó la balanza del aeropuerto. Sin conocer el tiempo que moraremos en Kunming, me avituallé con el máximo de cosas que pude, incluido un NAS TS-101.

NAS TS-101

Algunos os estaréis preguntando qué demonios es eso, así que aprovecho la ocasión para promocionar un poco el aparato. NAS son las siglas de "Network Attached Storage", que en castellano significa más o menos "unidad de almacenamiento en red". En esencia se trata de un miniordenador con un disco duro con diferentes (y muy interesantes) funciones que trabaja conectado en red local, por lo que se puede acceder a él desde cualquier ordenador de la red, ya sea PC o MAC. Entre tales funciones cabe destacar:

  • Estación de descarga. Vía Emule, ftp, descarga directa y bittorrent; apaga el ordenador y deja funcionando sólo este aparatito de mínimo consumo y menor ruido.
  • Estación multimedia. Para reproducir vídeos, fotos y audio vía UPnP en tu Playstation 3, XBox o directamente en la TV.
  • Estación de copias de seguridad. Diseñado espcíficamente para esta función, puedes programar tareas de copia de seguridad y mantener a salvo toda tu información.
  • Servidor de impresora. Para poder compartir una impresora con toda la red sin tener que encender otro ordenador.
  • Servidor de ficheros. Tanto en red local como por internet, para compartir ficheros, entre PCs, entre MACs y entre ambos tipos de ordenador.
  • Servidor web. Para alojar en él tu propia página web y no depender de servidores externos.
  • Y como se trata de un miniordenador, se pueden desarrollar programas específicos a cada necesidad.
De hecho es por esta última característica por lo que os hablo de este aparato aquí y ahora. Junto con Lucía, Oriol y unos amigos hemos estado desarrollando un programa para que la gestión de todas estas funciones del NAS sea extremadamente sencilla. Quizás a primera vista parece que no haya nada nuevo en esta máquina, pero desde que lo tengo le saco humo a las descargas; y como Lucía usa MAC, mediante el NAS no tenemos ningún problema para compartir archivos, se acabó el ir arriba y abajo usando memorias flash, o trasteando con el cable de impresora cada vez que se quiere imprimir desde un ordenador distinto. ¡Ah! Y he podido traerme mi extensísima colección musical en MP3 sin necesidad de grabar cuarenta DVDs. Solamente haciendo una copia de seguridad de la carpeta de música, en cinco minutos la tuve en el NAS lista para el transporte.

¿A qué carajo viene esta descarada publicidad? Pues es que si necesitáis una solución como las que el NAS ofrece, podéis comprarnos a nosotros uno de estos equipos. Nuestra página web es www.softmeior.com, la que figura en la lista de enlaces del blog. Aquí podéis encontrar un texto aún más cutre que el mío pero que muestra cómo se puede usar un equipo de estos. Y aquí una referencia técnica de la máquina.

Y tras este extenso (y pesado) inciso, prosigo con el relato de nuestro primer paso. ¿Por dónde iba? Sí, en el aeropuerto del Prat. Debido a ciertas complicaciones a la hora de comprar los billetes todos juntos, Yaling, Sofía, Judit y Oriol partían hacia Londres Heathrow en un vuelo que salía una hora antes que el nuestro. Mientras esperábamos nuestro vuelo, nos hicimos esta bonita foto que quiero compartir con vosotros:


Lucía y yo en el aeropuerto del Prat

Otra pregunta más: ¿Qué sería de un viaje sin sus particulares dificultades y contratiempos? Más aún, por lo visto, cuando se viaja con Oriol. ¡Menudo Jaimito! En esta ocasión se trataba de un problema burocrático. Resulta que, sin darse cuenta, Oriol y Judit adquirieron sus billetes de vuelta de Londres a Barcelona desde un aeropuerto londinense distinto de Heathrow y, además, sin suficiente tiempo como para hacer el trasbordo. Eso sin contar el precio del transporte entre aeropuertos, que en la city británica es altísimo. La agencia online que les vendió los billetes les informó que el proceso para realizar el cambio de billetes pasaba por los mostradores de Air New Zealand, la compañía operadora de los vuelos Heathrow-Hong Kong, Hong Kong-Heathrow. Una vez en Londres, y con más de tres horas por delante, Oriol, Judit y nuestras queridas asiáticas se dirigieron al mostrador de dicha compañía para registrarse en el vuelo y solucionar el “pequeño incidente” del vuelo de vuelta. Pero, como bien sabe Oriol, estas cosas nunca son tan fáciles como te las quieren vender. Así fue la cosa:

  • Paso 1: Llegada a la terminal 2. Trasbordo interno hasta la terminal 3, de donde parten los vuelos transcontinentales. Tiempo de trasbordo: unos 20 minutos.
  • Paso 2: "Señorita de Air New Zealand, ¿sería tan amable de hacerme el cambio de vuelo para que pueda volar directamente a Barcelona desde Heathrow?" "Pues no, esos vuelos los opera la otra compañía que es... déjeme ver... Iberia. Tiene que ir al mostrador de Iberia, en la terminal 2". Y Oriol de vuelta a la terminal 2, mientras Judit, Yaling y Sofía, aguardaban en la terminal 3.
  • Paso 3: Llegamos Lucía y yo a la terminal 3, donde nos encontramos con las tres chicas, ellas nos ponen al día de lo sucedido.
  • Paso 4: Llega Oriol de vuelta a la terminal 2. Veinte o treinta minutos entre controles de metales, colas y autobús de enlace. En el mostrador de Iberia le dijeron que era un vuelo compartido con British Airways, y que tenía que ir al correspondiente mostrador. De British Airways le rebotaron de nuevo a Iberia, y de Iberia lo re-rebotaron otra vez a Air New Zealand.
  • Paso 5: De vuelta a la terminal 3, veinte minutos más de controles de metales, colas y autobús de enlace. Apareció ante nosotros bien sudado tras sus carreras por el gran aeropuerto londinense. Nos presentamos en el mostrador de Air New Zealand. Esta vez somos Oriol, Lucía y yo. La chica de la compañía nos atiende y, tras mirar mil y una cosas y consultar por teléfono con otros colegas nos informa que el billete no admite cambios y que lo siente, pero nada se puede hacer.

Ya os podéis imaginar a Oriol. Casi tres horas corriendo arriba y abajo por Heathrow, pasando los controles de metales con sus correspondientes colas, bajo la presión de ir contrarreloj y sabiendo que si no conseguía cambiar los billetes iban a tener un problema gordo a la vuelta. Afortunadamente es un optimista empedernido y tiene un formidable carácter que ya quisiéramos muchos para nosotros. Y con cierta resignación, pero divertidos por las batallitas que podríamos contar a familia y amiguetes, dejamos el mostrador y esperamos turno de embarque. Personalmente (soy también optimista) era de la opinión que en Hong Kong le cambiarían el billete sin muchas dificultades... pero eso es algo que aún tardaré un poco en desvelar.

Sigamos... ¿qué? ¿Qué ya he escrito demasiado? ¿Qué resulta bastante aburrido? Lo entiendo. Pues abreviaremos un poco. Embarcamos, no sin evitarnos algún que otro percance más, como este brutal ataque a Lucía:


Bella atacada por Bestia.

Si hay una buena y útil virtud en el viajero de larga distancia, ésta es su capacidad para dormir. O en su defecto, para entretenerse. Las 12 horas de vuelo no parecen tantas si consigues fácilmente lindos sueños, como más o menos decían los Celtas Cortos, o si eres juguetón como un niño. ¿En cuál de estos dos grupos pondríais a Oriol?

Oriol entretenido.

¿Tanto “flipe” para esto?

Como podéis ver, el Boeing 747 de Air New Zealand iba muy bien equipado. Cada asiento tenía su pantallita con una consola que te permitía elegir entre ver diferentes películas y documentales, escuchar la radio o jugar con cuatro tontos juegos flash como el majiang (algunos lo conocen como “Mah Jong” o algo así), el ajedrez, una versión del mítico “Space Invaders”, el Black Jack y otros por el estilo. Además, a Yaling le asignaron un asiento en primera fila del compartimiento porque justo enfrente de ella había una cuna plegable adosada a la pared en la que Sofía viajó cómodamente todo el trayecto. Sí señor, comprobad siempre que viajéis a esta parte del mundo si hay algún vuelo de Air New Zealand: precios muy económicos, facilidades para cambiar fechas de vuelo (por esta razón cogimos Lucía y yo este vuelo, pues podemos cambiar la fecha de vuelta) y aviones muy bien equipados y en los que sirven buenos ágapes.

Y, finalmente, llegamos de una pieza a Hong Kong. Y aquí se acaba esta entrada... ¡Jajaja, que no! ¡Que no me he olvidado! Sé que aún tengo que contar qué sucedió con el vuelo hasta Barcelona de Judit y Oriol. Y os advierto, que unas cuantas cosillas más también van a caer.


Efectivamente, en Hong Kong. ¡O, al menos, en un aeropuerto chino!

¡Qué emoción! Pisar tan lejana parte del mundo, aspirar los aromas de tan mítica ciudad, saberse en uno de los mayores puertos del mundo (cada loco con su tema)... es algo que me encantó experimentar. Al poco de desembarcar, tras recoger nuestro equipaje, vivimos una emotiva situación: allí estaban los abuelos de Sofía ansiosos de conocer a su nietecita. Preciosa la estampa, de verdad. Es la magia de las relaciones humanas, ¿no es así? Y luego... al mostrador de Air New Zealand, para discutir de nuevo sobre la conexión de vuelta. Pero esta vez fue bastante sencillo. Las chicas de la compañía escucharon nuestra situación y enseguida procedieron a realizar el cambio. Así de fácil. Cómo están montadas las cosas para que, tratándose de la misma compañía, unas personas te den una solución y otras no. Seguro que este tipo de situaciones a nadie le suenan a nuevo.

Con todo el trasiego, la noche había caído en la bahía para cuando acabamos todos los trámites y, acompañados por la familia de Yaling, abandonamos el modernísimo aeropuerto camino de Kowloon (nombre de un área de Hong Kong), en pos de nuestro hotel. Cogimos uno de los míticos autobuses de dos pisos estilo británico, recorrimos una gran autopista con el ordenamiento del tráfico invertido, lo que es otra manera de decir que conducen del revés, o sea, el típico comentario, y nos maravillamos de la estampa de tan especial ciudad. Poco a poco, el autobús se adentró en las entrañas de la ciudad, y empezó a serpentear entre coches, autobuses y demás tráfico rodado bajo los famosos carteles de neón, junto a unas aceras repletas de gente y flanqueado por altísimos edificios de viviendas y oficinas. Hong Kong nos mostraba que es una de las más populosas urbes del mundo.


Una calle de Hong Kong, el cielo oculto tras los coloridos paneles de neón.


En autobús por Hong Kong, de noche.

Finalmente llegamos a nuestro destino: Nathan Road 40, Chungking Mansion. ¿A alguién le dice algo este nombre? Desde luego es un lugar que da para mucho hablar, así que mejor aguardo hasta la próxima entrega de este relato...

01. La mejor manera de empezar un viaje

La millor manera de començar un viatge.

Benvolgudes amigues i benvolguts amics: S'acosta el jorn (paraula que sembla un ©Toritaka) en que marxaré cap a Xina una temporadeta amb un gran tresor per companyia. I considero que encara ens hem de retrobar una vegada més. No se m'acut millor equipatge que omplir el "petate" de bons records i millors desitjos per part dels qui aprecio. M'agradaria el proper dissabte per la nit celebrar una festeta al meu terrat, de nou amb barbacoa o similar, begudes varies i cervesa per un tub per al qui agradi. I m'agradaria comptar amb la vostra presència.

Tot i que la llista és força llarga (l'he el.laborada a mà, no és pas un "Enviar a todos") sé que m'he deixat a gent a qui hauria d'enviar també. Dissortadament no disposo dels seus correus. Si us plau, aviseu a qui desitgeu i creieu convenient que sàpiguen d'aquesta celebració. Per exemple, no tinc l'adreça de tants i tan bons companys del darrer any de Navegació Marítima, o tots aquells que em cauen com el cul de les nits de bars i Plataforma (o Kharma, en el seu defecte xD).

Sé que hi ha gent a qui envio aquest mail que fa força temps que no ens veiem, o que potser viu a gran distància de Barcelona. Us agrairé moltissim si teniu la possibilitat de passar-vos per aquí i ens trobem. Deixem enrere vergonyes i quilòmetres, segons el cas que sigui, i passem-ho bé una nit. Aviam si podeu fer un forat a les agendes i passar-vos per ca meva, el dissabte 22 setembre a partir de les 2000 i fins que el cos aguanti. Per a poder preparar tot el necessari, necessito saber quanta gent es passarà per aquí. No és imprescindible, però m'aniria molt bé per a fer els preparatius. És a dir, si no aviseu i finalment podeu venir... cap problema! Sereu totes i tots molt benvinguts.

Fins aviat!

J. "HappySan" Gastón”

He aquí que no se me ocurre mejor manera de empezar un viaje que llenar mi petate de buenísimos recuerdos y mejores deseos junto a tanta y tan buena gente que conozco. Así que ni corto ni perezoso, decidí organizar una fiesta de despedida a lo grande, un acontecimiento que quedara grabado en mi memoria y que me permitiera sonreír complacido cada vez que lo recordara, una celebración de la que disfrutáramos todos los participantes. Y me siento orgulloso del resultado final.

El sábado 22 de septiembre, desde las 2000 horas y hasta bien entrado el nuevo día, tuvo lugar en el terrado de mi casa una divertida y entrañable fiesta a la que acudieron legión de amigas y amigos. ¿Quién me iba a decir a mí que acabaría con tan extensa agenda de excelentes contactos?

De izquierda a derecha: Lucía, Cèlia, Conchi, Cristina, Pep y Xènia.

Y nos los pasamos en Grande, sí, en Grande. Para la ocasión mi queridísima novia Lucía y yo nos procuramos 4 cajas de bar de medianas de Voll-Damm y Estrella (amén de algunas cervezas de importación que aún conservaba yo de otras ocasiones), diversos licores, refrescos y zumos. Para acompañar, aprovisionamos la nevera de diferentes tipos de carne, así como aperitivos, pan y embutidos para disfrutar de una buena barbacoa. Y como creo que el ambiente es importante, colgamos todo de banderines de colores y farolillos chinos que crearon una atmósfera especial.

Poco a poco fueron llegando nuestras amistades. Debo agradecer aquí la buena voluntad de los primeros en llegar, pues no dudaron en echar una mano para acabar de montar todo el tinglado. A todos vosotros: ¡Gracias por la colaboración!

De izquierda a derecha: Chiaki, Carlos, Arnau y amiga de Chiaki cuyo nombre no recuerdo.

Al rato, y con cada vez más gente en casa, la cosa se fue animando. Corrían las bebidas y la barbacoa empezaba a tirar como se esperaba de ella: con buena voluntad casi todas las dificultades pueden superarse. Recuerdo que a lo largo de toda esa velada no paré de recibir a gente, de charlar mucho menos de lo que deseaba con todos, de moverme arriba y abajo procurando que no faltara de nada. Recuerdo reencuentros con gente largo tiempo ausente en mi día a día, a la que mantengo en la memoria con gran cariño.

De izquierda a derecha: Fandi y Fer.

De izquierda a derecha: Àlex, Carlos, yo y Oriol.

Recuerdo bendiciones (por llamarlas de alguna manera) y muy agradables conversaciones. Recuerdo haberme divertido, recuerdo haber sentido que dejaba atrás muy buena gente, recuerdo que empezaba a echarla de menos aún sin haber partido. Recuerdo esa fiesta como uno de los mejores momentos de mi vida.

De izquierda a derecha: Carles, Iván y ¿Jose (¡Demonios, nunca sé cuál es cuál!)?

De izquierda a derecha: Ryu, Marc, Xevious, Sanju y ¿Carlos? (No tengo perdón, lo sé).

La verdad es que, lamentablemente, me faltó tiempo. En especial para con mi gente de la Facultad de Náutica de Barcelona. De todos modos, espero que se lo pasaran en grande y pudieran disfrutar de la compañía que esa noche quiso juntar en mi terraza. Compañía que llegó por separado y acabó juntándose de la forma más diversa y a veces inesperada. Por ejemplo, hubo quién descubrió que tras algunas máscaras hay una persona más afín que ajena.

De izquierda a derecha: Marc, Toritaka y Miguel. Diego en (jocosa) posición supina.

O quién redescubrió amistades de un modo diferente, pues sé de buena tinta que en mi ausencia las cosas siguen fluyendo... estrechándose la distancia entre antaño separados senderos.

De izquierda a derecha: Dídac, maestro fogonero y Mister TragaBirras 2007, Abraham, Mesquida, Conchi y Wan Li, a quién agradecemos enormemente su aporte alimenticio en forma de gambas. ¡Salve, buena amiga asiática, salve!

Y no quisiera concluir esta entrada en el blog sin darme el gustazo de colgar dos fotos más, muy especiales para mí. Y es que es un verdadero placer rodearse de tan hermosas damas a quienes tanto aprecio, cada cual a su manera: Conchi, sorprendentemente fuerte y admirablemente íntegra; y Marina, compañera de tantas singladuras cibernéticas, divertida y siempre cómplice. Ya sabéis que, a mi manera, me encanta presumir. ¡Ni en la gala de los Oscar se destila tanto glamour! Y para acabar del mejor modo, no podían faltar ellos. Javi-O sensei, a quién tanto debo, con quién tanto he aprendido y compartido. Mi querido amigo, tan hecho a tu manera: ¡espero poder volver a dar juntos la bienvenida al Sol en muchas más ocasiones! Y cómo no, ella. La musa. La Polar: guía, destino y compañera. Jamás podré expresar todo lo que he vivido, vivo y espero vivir contigo. En toda tu presencia y esencia, despiertas en mi un enorme arco de emociones y sensaciones. Lucía: ¡Muchas gracias por dejarme andar mi vida junto a la tuya!

De izquierda a derecha: Conchi, yo y Marina. ¡Qué lujazo de foto!

Javi-O sensei, Lucía. Y no hay más que decir.

00. Bienvenida

Querid@ visitante:

Permíteme darte la bienvenida a mi blog personal. En él encontrarás el relato de mis experiencias y reflexiones a lo largo de mi estancia en Kunming, capital de Yunnan, la más meridional de las provincias de la gran China.

En las próximas entradas espero poder ir haciendo amena e interesante descripción de mis vivencias en tan singular periplo, lejos de las tierras que me vieron nacer. Es el propósito de este blog dar a conocer dichas vivencias, narrar divertidas (o no) peripecias, describir los lugares que frecuento o aquellos que ocasionalmente visito, explicar las peculiares situaciones que a veces me acontecen y dar pie a que afloren mis propios pensamientos sobre los más variopintos temas. En resumen, sirva este blog para dejar constancia de mi paso por estos lares y plasmar algo del día a día de mi estancia en el país del arroz, la seda y el dragón.

Es mi deseo, visitante, que disfrutes de la lectura de mis correrías y que, si lo deseas, aportes comentarios que hagan de esta especie de diario personal un lugar de encuentro e intercambio de opiniones.


¡Sé bienvenido, oh navegante de la telaraña virtual! – J. “HappySan” Gastón