03. Chungking Mansions

Unos días antes de partir de Barcelona reservamos nuestro alojamiento a través de una central de reservas de hoteles on-line: booking.com. Se trata de una página de internet bien elaborada en la que puedes hacer tu reserva sin pagar nada por anticipado. Como es lógico, te piden un número de tarjeta de crédito como garantía, pero todo el pago se hace directamente en el hotel y luego ellos ya se encargan de cobrar su comisión.

Después de navegar diferentes días por esta y otras páginas, comprobamos que los precios medios que se pagaban por habitación doble en Hong Kong en esas fechas eran entre 30 y 40 €. También comprobamos que esos precios, los más bajos, sólo se daban en “hoteles” cuya dirección, la de todos, era “36-44 Nathan Road, Chung King Mansion” añadiendo a continuación información de este estilo: “C5, Floor 16, Block C”. Obviamente, es en esta segunda parte de la dirección donde se diferenciaban los distintos establecimientos. Por seguridad, en primer lugar comprobamos que al pinchar (el uso de esta palabra se lo debo al profesor don Laureano Carbonell Relat, quién es un monstruo de la autodidáctica informática y quién se ha ganado mi más sincero respeto; debo añadir que me encantan las interpretaciones que mi querido amigo Rubén hace de él, ¡bip!)... este... que al pinchar en el enlace que muestra el mapa de situación de cada hotel, todos aparecían en el mismo lugar: un edificio de la zona conocida como Kowloon, justo enfrente de la isla propiamente conocida como Hong Kong. Sin tener ni idea de cómo era Hong Kong, me pareció que ese sitio estaba magníficamente situado. A continuación os dejo un mapa general del Área de Administración Especial de Hong Kong (Hong Kong SAR en inglés), nombre completo de la región entera de lo que antaño fuera territorio británico. Nótese que he señalado tanto el aeropuerto como las áreas de Kowloon, dónde se encuentra el “hotel” que reservamos, y Hong Kong Island, verdadero centro de todo el entramado metropolitano.

Hong Kong SAR – Aeropuerto, Kowloon y Hong Kong Island.


Chunking Mansions, en el corazón de Kowloon.

Como podéis ver el aeropuerto se haya al este de la zona. Y para llegar desde él al centro de la ciudad se tardan tres cuartos de hora por carretera o en tren. El trayecto es impactante pues se circula por una gran autopista que serpentea a lo largo de islas montañosas, atraviesa largos puentes que las interconectan, siempre acompañados por innumerables barcos en su derrota desde y hacia los distintos muelles de la bahía. Como curiosidad quiero comentar que hasta no hace mucho Hong Kong tenía uno de los más peligrosos aeropuertos del mundo, pues el antiguo aeródromo se encontraba en medio de la ciudad, rodeado de rascacielos, con lo que las maniobras de aproximación, aterrizaje y despegue eran harto peligrosas. Eso sí, aterrizar entre esas grandes torres de viviendas era toda una experiencia para el pasaje.

Prosigamos con nuestra reserva hotelera. Después de comprobar que se trataba de distintos hoteles ubicados más o menos en el mismo lugar, procedimos en segundo lugar a revisar los comentarios de otros usuarios de la página que ya habían pernoctado en tales hoteles. La verdad es que nos llevamos una buena sorpresa y ahora os cuento por qué. Booking.com ofrece un sistema para puntuar la satisfacción obtenida en el hotel que reservaste en diferentes aspectos: instalaciones, limpieza, servicio, etc. Y justo a continuación te permite describir brevemente qué cosas positivas y qué cosas negativas encontraste. Así pues, revisando los comentarios de otros viajeros, encontramos que mucha gente coincidía en varios aspectos de todos estos hoteles. Para muestra, unos botones extraídos directamente de la web:

Cosas positivas:
  • El personal que en él trabaja.
  • El personal es súper amistoso, muy servicial, honestos...
  • “Clean, safe” (limpio, seguro).
  • “Air conditioner, good location” (aire condicionado, bien situado).
Cosas negativas (y aquí vienen las perlas, claro):
  • El edificio en el que está emplazado.
  • “The entrance of Chunking Mansions, where the hotel is based” (la entrada de Chungking Mansions, donde se encuentra el hotel).
  • “ChungKing Mansion area does not look very safe...full of touts. Its very crowded and some how the area does not give a good feel” (la zona de Chungking Mansions no parece muy segura… llena de pregoneros –tipos que te invitan a ir a su negocio-. Está masificada y de alguna manera el área no transmite buenas vibraciones).
  • “The entrance of the whole building is a bit weird because you feel like you are on a market in India or Africa and not in Hong Kong. But you get used to it” (la entrada del edificio es un poco rara porqué te sientes como si estuvieras en un mercado en India o África y no en Hong Kong. Pero uno se acostumbra a ello).
  • “The queue of the lift. Very small rooms, but comfortable, a lot of non chinese people (turkish, arab, muslims, etc)” (la cola del ascensor. Habitaciones muy pequeñas, pero confortables, mucha gente no china -turcos, árabes, musulmanes, etc-).
Bueno, estos son algunos representativos comentarios de lo que encontramos en la página web antes de reservar nada. Todos ellos aplicables a los distintos “hoteles” de Chungking Mansions, fuera lo que fuera lo que se escondía tras ese nombre que me sonaba de algo. Y, a grandes rasgos, deducí varias cosas. De los comentarios positivos, que el personal era excelente y las habitaciones limpias. De los comentarios negativos, que más que hoteles eran casas de huéspedes todas ellas situadas en el mismo edificio (y yo venga pensar que ese nombre lo tenía más que oído); que la entrada al edificio era muy peculiar, llena de gente de todas partes (¿qué se puede esperar en una metrópolis tan internacional como Hong Kong, por otra parte?); y, por la insistencia de tal comentario, ¡que los ascensores eran lentísimos! La verdad es que el tema del ascensor me parecía una buena exageración. ¿Y a quién no? Por otra parte el propio hotel, en su ficha de la web, informaba que en la entrada del edificio había gente haciéndose pasar por empleados suyos instándonos a acompañarnos hasta el hotel y a quién no debíamos hacer caso. Todo esto quizás escamaba un poco, pero mi espíritu aventurero me decía que quizás era una buena oportunidad de experimentar cómo se hacían las cosas apenas hace medio siglo.

Compartiendo todos estos pensamientos con los compañeros de viaje, les convencí de dejarnos llevar por mi intuición y reservar las habitaciones en una de esas casas de huéspedes. Lógicamente, que valieran la mitad y menos que el resto de ofertas y que estuviera en lo que parecía el centro de la urbe supongo que también tuvo su relevancia. En total reservamos dos habitaciones dobles por 340 dólares de Hong Kong (HKD de ahora en adelante) por noche cada una. El cambio aproximado EUR - HKD es de 1 a 10 aproximadamente, así que nos salía cada habitación por 34 € la noche. No estaba mal del todo, ¿no? Decidido: reservamos habitación en “Hollywood Guest House”, en Chungking Mansions.

Y con la impresión de la reserva en la mano llegamos la noche del 28 de septiembre a Chungking Mansions. Como se dijo en la anterior entrada de este blog, nos acompañaba la familia de Yaling al completo: madre, hija, abuela y abuelo, con su correspondiente equipaje. Así que éramos un pelotón al completo los que bajamos del autobús esa noche, formando una pintoresca estampa con todos nuestros bártulos en mitad de la bulliciosa Nathan Road de Kowloon. Y ese fue el instante en que empezó la verdadera aventura en Hong Kong.

Amigo, cuán ciertos eran todos los comentarios de la web. Nada más pisar la acera, empezaron a asaltarnos esos pregoneros, todos ellos indo-pakistaníes invitándonos a sus restaurantes, sastrerías, tiendas de electrónica y hoteles. Afortunadamente Hong Kong está lleno de occidentales, así que tampoco se hicieron demasiado pesados. Andados apenas unos pasos desde la parada del autobús, llegamos a la entrada de Chungking Mansions. Nos recibía el lugar mostrándonos cómo suelen estar las cosas en Asia: abarrotadas. Vomitando gente de todos los lugares y colores, así como un fuerte olor a fritanga, el acceso al edificio era una gran portalada en cuya parte superior lucía un cartel de letras doradas anunciando el nombre del recinto. Flanqueando el portal, grandes tiendas de electrónica: imagen, video, audio, informática… tiendas llenas de material de última tecnología. Pero allí me llevé el primer desencanto: los precios (tras el obligado regateo) no diferían demasiado de los de Europa. Pero este es un tema del que se hablará más adelante, así que sigamos con Chungking Mansions. Al ser de noche y estar bastante cansados, en ese momento no nos fijamos en el tamaño del edificio, pero supusimos que debía estar acorde con el resto de mastodónticas edificaciones de Kowloon, más aún cuando sabíamos que una de las casas de huéspedes de Chungking Mansions estaba en el piso 16.

La puerta de Chungking Mansions.

Tras la portalada se escondía una abarrotada galería comercial de pequeños establecimientos en su mayoría propiedad de indios y pakistaníes que hacían gala y oferta de sus tradiciones: tenderetes de comida de donde procedía el olor a fritanga, puestos de bisutería barata, de telefonía móvil, supermercados familiares y, ante todo, tiendas de cambio de moneda. Además de lo exótico de dichos comercios, serpenteaba entre ellos un verdadero río multicultural lleno de vida y color, donde lo curioso era que de lo que menos había era asiáticos. La sensación imperante era la de ir penetrando en un zoco digno de Indiana Jones, con sus gritos en diferentes lenguas, los pregoneros tratando de cazar clientes, y bastante gente sin ningún reparo en mirarte más allá de lo que en Europa tenemos por decoroso. Tan variado paisaje humano quizás tuviera algo que ver con que las habitaciones más baratas de todo Hong Kong estaban en este singular edificio. Y sí, el comentario sobre las no precisamente buenas vibraciones del lugar era muy acertado.

Vista exterior de Chungking Mansions.

En esos abarrotados pasillos de tiendas se encontraban los ascensores de acceso a las plantas superiores. Chungking Mansions se compone de varias torres conectadas por la galería de la planta baja, de la que parten todos los ascensores. Cada torre o edificio cuenta con más de 16 plantas y dos ascensores: uno para las plantas pares y otro para las impares. En estos ascensores, con aire condicionado y una cámara de televisión, caben ocho personas algo apretadas. Así que si sumamos el número de plantas, el número de casas de huéspedes y el número de éstos últimos… De nuevo sí, el comentario sobre la lentitud de los ascensores era también acertadísimo. ¿Y por qué la cámara de televisión en el ascensor? Pues porqué para evitar altercados, averías y otros incidentes por abuso de las instalaciones, Chungking Mansions cuenta con un cuerpo de porteros que procuran que no se abuse de la capacidad del ascensor, que se respeten las colas, que no haya muchos hurtos, etc. ¡Un trabajo harto difícil en un lugar como ese, os lo aseguro! Y sobre la puerta de la planta baja de cada ascensor hay una pantalla en la que se ve el interior de la cabina del mismo.

Y allí estábamos nosotros: los ocho, carrito de bebé y equipajes incluidos, compartiendo cola con tropecientas personas más, sin saber exactamente si estábamos en el lugar adecuado, sin quitar el ojo a nuestro equipaje y perplejos ante el espectáculo que continuamente regalan los sitios así. Esperando en la cola nos preguntábamos si habíamos ido a parar a un buen lugar. ¿Serían finalmente ciertos los comentarios respecto la bondad del personal y las instalaciones de las hospederías?

¡Pues qué carajo! Aún en la cola del ascensor, mi primera impresión no pudo ser mejor. Ya me esperaba algo así y llegué queriendo disfrutar de todo lo diferente que fuera capaz de ofrecerme el lugar, algo que un romántico como yo busca en sus viajes. Y salí servido con creces.

La primera sorpresa algo desagradable, dejando aparte la insistencia de algunos pregoneros, sucedió cuando la mitad del grupo aún esperaba coger el ascensor. Es gracioso, los padres de Yaling, como buenos anfitriones, deseaban atendernos en todo momento, así que ni cortos ni perezosos subieron al ascensor para ver las habitaciones. Los dos. Perdón, los cuatro: los abuelos, la madre y la bebé. Y todo el equipaje, y el carrito. Y va y resulta que en esa casa no les quedaba sitio, pero que en una del edificio de al lado, también dentro de Chungking Mansions, nos tenían guardadas habitaciones. La cosa había ido así: en primer lugar sube Lucía con la reserva en la mano acompañada de Yaling, su madre y el bebé. Luego sube hasta la pertinente planta el abuelo, el resto esperábamos turno abajo. Pero el ascensor tardaba lo suyo en bajar, y en la pantalla veíamos como Lucía y compañía entraban de nuevo en la cabina y volvían abajo. Acto seguido, claro está, nos informaban del cambio de alojamiento. Por aquel entonces yo aún me fiaba de los comentarios positivos respecto el personal de tales establecimientos, pero un poco menos.

Y por fin entré yo también en el ascensor. Imaginaos su estado, con un (ab)uso tan continuo de él. A todas horas, con tanta gente. Y, al salir de la cabina, comprobamos que los pisos sufrían de lo mismo. El rellano, de un verde pistacho feúcho, mostraba claros signos de que la pintura necesitaba un buen repaso. Había algunas pintadas con lápiz o bolígrafo aquí y allá y la escalera, escondida tras una puerta antiincendios, era un lugar sin apenas luz y aún más desgastado… ¡y eso que estábamos en la planta catorce! Por otra parte, se trataba de un rellano muy espacioso, de veras, con unos cuantos recovecos en cuyo final había varias puertas. Puertas que correspondían todas a distintas casas de huéspedes, salvo una que contenía un cartel que indicaba que no se trataba de un albergue y que, por tanto, pedía que no molestaran.

Y no veáis que panorama al llegar allí. En las distintas casas del rellano se alojaban un montón de negros, que hablaban divertidos entre ellos con el jolgorio habitual del que está de viaje. Vestían ropa cómoda, algunos iban en pijama o ropa interior; y tenían la costumbre de mirarte hasta que resultaba molesto. Pero uno entiende que no todas las culturas comparten estándares de comportamiento. Además, en el pequeño recibidor de una de esas casas de huéspedes estaban cocinando algo, cosa que añadía más encanto a esta especie de albergues en el que Obi Wan y Luke Skywalker bien podrían haber conocido a Han Solo. Y para rematar la jugada, en el rellano se amontonaban sacos de obra llenos de runa y material de construcción. Cuando uno está de viaje, no es nada agradable sospechar que es posible no poder descansar debido al gran ruido que conlleva toda obra.

Junto a una de las puertas, abierta de par en par, colgado en la pared había un papel escrito con rotulador con el nombre de nuestro alojamiento: “Four Season Hostel”. En el pequeño recibidor había un ordenador con un teléfono encima, una máquina de agua potable caliente y una mini nevera. Y en medio del pasillo había un enorme negro arrodillado sobre una alfombra, ataviado con ropas étnicas, tocado con ese peculiar sombrerito musulmán y orando supongo que hacia la Meca. En apenas medio minuto, con el tiempo justo para no dudar demasiado sobre si nos habíamos equivocado, apareció un joven de aspecto filipino o malayo que hablaba un buen inglés. Nos informó que era un trabajador de la casa y nos mostró nuestras habitaciones. Y se volvió a demostrar lo acertado de los comentarios de la web: el personal era amable, comprensivo y dispuesto a ayudar. Las habitaciones eran pequeñas pero limpias, y cada una tenía su televisión y su aparato de aire condicionado. ¡Ah! Y las reformas ya habían acabado así que no había que temer por ruidos a primera hora de la mañana.

En cuanto a las habitaciones en sí, el espacio era realmente reducido, tanto que no había ni armarios. En su lugar, las camas tenían la altura de una mesa, así que se podía dejar las maletas debajo de ellas y usarlas de armario. Y el baño, bueno, era de esos en que no hay plato de ducha porque todo el habitáculo es la ducha. Sí, uno se duchaba al lado de la taza del wáter, de hecho casi encima de ella. Y la pica para el aseo, pues mediría un palmo de ancho por dos de largo. Vamos, que al enjuagarte la boca como que incluso se hacía necesario apuntar un poco.

Aseo de las habitaciones de Four Season Hostel.

Pero realmente todo estaba impecablemente limpio y además en esta casa tienen la amabilidad de dejarte algunas piezas de fruta, junto con algunas botellas de agua mineral, en la habitación el día de tu llegada; el chico también nos comentó que había más fruta en la nevera y que podíamos usar la máquina del agua para té. También tuvimos la suerte de que nos asignaran dos habitaciones dobles que daban directamente a Nathan Road, así que las vistas eran muy buenas.

A pesar de esto, la sensación de no buenas vibraciones de Chungking Mansions persistía en mis compañeros de viaje; y personalmente opinaba que el edificio entero era una ratonera mortal en caso de incendio. El destino quiso que varios conocidos de Hong Kong nos informaran unos días después de que es famoso precisamente por eso: tiempo ha hubo algunos incendios en el lugar y perecieron varias personas; y es un sitio conocido por ser un nido de maleantes en el que la policía no se atreve a entrar. Tan mala es su imagen que una prima de Lucía, natural de Hong Kong, se horrorizó al enterarse que nos alojábamos allí. Ella y una amiga suya, de oficio abogada, nos contaron la de casos que se dan en tal edificio y la falta total de seguridad en la zona. Además, en la guía Trotamundos de China, definían a Chungking Mansions como “la Torre Infernal”. Finalmente, y tras mucho insistir, nos convencieron, algo a mi pesar, de dejar nuestro hostal y alojarnos en su casa. Así acabó nuestra pequeña aventura en Hong Kong, pues la segunda y siguientes noches dormimos en el precioso y excelentemente situado piso de Julia, la prima de Lucía.

Pero, ¡ah, amigos! ¿De qué me sonaba a mí el nombre de Chungking Mansions? Uno de los días que pasamos en Hong Kong nos acompañó Livin, un amigo de un amigo de Lucía al que atendimos hace unos años cuando visitó Barcelona junto a dos chicas y un chico amigos suyos (sé que alguno de los que leéis este blog recordaréis algo al respecto). Y estuve hablando con él sobre ese nombre que no dejaba de rondar mi memoria. En un principio creía que era uno de esos lugares en los que sucedió algo y que luego pasó a la historia como denominador del suceso: los juicios de Nurenberg, el Pacto de Varsovia, el Tratado de Kyoto, etc. Pero Livin, sin saber bien por qué, acertó a decir: “Chungking Express”. Y en ese momento caímos ambos. Ése es el título de una película del director Wong Kar-Wai que transcurre en parte en el ahora, para mi, mítico edificio.

“Chungking Express”, película de Wong Kar-Wai.

Os dejo aquí una sinopsis de la película que he encontrado en internet. La verdad es que no pinta demasiado mal, si te gusta el estilo del director. Yo he visto alguna de sus películas y son de ritmo lento y, en mi opinión, algo pretenciosas. Pero creo que no tardaré demasiado en ver esta, aunque sólo sea por reconocer los sitios que una vez pisé.
Chungking Express (1994), título inglés del cuarto largometraje de Kar-wai, pensado, rodado, montado y estrenado en tres meses mientras se resolvían los complicados problemas de post–producción de Ashes of Time, designa en su título un espacio inexistente en la diégesis, compuesto por la primera y la segunda palabra, respectivamente, de los nombres de dos locaciones esenciales en el film: por un lado las Chunking Mansions, una extraña mixtura de shopping, galerías, pensión pero también hotel que se confunden en el mismo lugar atravesados por algo que semeja un laberinto y, por el otro, el Midnight Express, un local de comida ligera y café al paso. Esta localización fantasma puede leerse como un eco de las parejas que no pueden concretarse y que son como fantasmas que rondan las historias de los dos episodios sucesivos que constituyen el film: el primero con atmósferas que remiten, de nuevo, al film noir, el segundo próximo a la comedia romántica, en los que dos policías solitarios que son el revés de los que proponen las ficciones del cine industrial de Hong Kong, hombres simples que acaban de ser abandonados por sus parejas, aguantan como pueden su soledad. Antes y después del arquetípico ‘boy meets girl’ aparecen más preocupados por sus cuestiones sentimentales que por el ejercicio de su profesión.

Bueno, y si ese señor hizo una película sobre el lugar porque le impactó (por lo visto se crió por ahí cerca), yo no podía ser menos. Aquí os dejo el resumen audiovisual de esta entrada. Entrada que en un principio creía que iba a ser breve y ya veis en lo que se ha convertido. En fin, si sabéis de alguien tan perezoso que no gusta de leer los largos textos que aquí expongo, podéis dirigirle directamente a este vídeo pues es un buen resumen de casi todo lo dicho hasta ahora. Sin más preámbulos, ¡que empiece la sesión!


"The Chungking experience", by J. Gastón (55 MB)