06. Primeros días en Kunming

El segundo de octubre, tras un vuelo de dos horas desde Hong Kong, el aeropuerto de Kunming nos dio la bienvenida a la ciudad, capital de la provincia china de Yunnan. Esta provincia, cuyo nombre significa “Nubes del sur”, está situada en el sur de la República Popular China, entre los 20º y 30º de latitud norte.

Situación de Yunnan dentro de China

Una vez realizadas todas las formalidades de entrada al país y recogido nuestro equipaje, cogimos un taxi rumbo a nuestra nueva morada. Nada más salir el vehículo del parking del aeropuerto, ya tenemos nuestra primera anécdota. Hay varias personas que trabajan repartiendo publicidad de agencias de viaje. Se trata de unas tarjetitas, del tamaño y material de las tarjetas de visita de empresas, en las que siempre hay una foto de un avión, el nombre y número de teléfono de la agencia y, en el reverso, un cuadro con los precios de sus vuelos a las ciudades chinas. La anécdota empieza cuando esta gente, situada en medio de la carretera te tira las tarjetas dentro del taxi a través de la ventanilla... cuando éste está en movimiento. ¡Y tienen puntería, estos tipos! Así que la tarjeta, mejor dicho las tarjetas, pueden llegarte a la cara con cierta energía. Afortunadamente nadie salió herido.

La carrera hasta el corazón de la ciudad duró unos veinte minutos aproximadamente y nos costó cerca de 25 yuanes (algo menos de 2,5 €). Con unos precios así, no es descabellado el hacerse una visita turística por toda la ciudad sin bajar del taxi. Obviamente, lo primero que hicimos al llegar a casa fue desempacar e instalarnos.

Lucía y yo instalándonos en nuestro nuevo hogar

Decidimos pasar un par de días en Kunming haciendo el turista para mostrarles la ciudad y sus encantos a Judit y Oriol. Pero antes debíamos pasar por el banco para cambiar dinero y, Lucía y yo, abrir unas cuentas bancarias con el dinero para pasar todo un año en China.¡Ay, amigo! eso puede ser un problema si estás en medio de la semana del Día Nacional. China dispone al año de tres semanas de fiesta oficial a lo largo y ancho del país. Tres semanas en las que todo el mundo vuelve a su pueblo a ver a la familia o se va de turismo. Tres semanas durante las que todo se detiene y en las que los lugares turísticos se saturan. Y llegamos nosotros a Kunming precisamente en una de ellas.

Así que, no entiendo aún bien por qué, enseguida nos enteramos que en cualquier banco lo máximo que podíamos cambiar al día eran 140 €. Con esa cantidad uno tiene de sobras para pasar unos días en China, pero necesitábamos algo más pues queríamos ir de turismo por la provincia durante una semana. Y diréis “Pues id cambiando de banco y ya está”. Lamentablemente, el tiempo que precisaron los operarios del banco para cambiarnos moneda y abrir dos cuentas corrientes fue extraordinario: algo más de dos horas. Decidimos ir tirando con lo que teníamos y no perder más tiempo en oficinas bancarias. Y no podía faltar el detalle. Abrimos nuestras cuentas e ingresamos nuestro dinero en euros porque no lo podían cambiar, con lo que no podíamos sacar dinero ni de la libreta ni de la tarjeta asociada.

Es increíble, allí, en el Banco de China, nos encontramos un puñado de occidentales todos con el mismo problema. Por fortuna, unos en un sentido y otros en otro. Así que hicimos un trueque con un joven suizo: yuanes por euros. Como el cambio es 1 € a 10 yuanes y un pico, fue sencillo. Por cierto, en el exterior del banco siempre hay un montón de mujeres que te ofrecen cambiar. Ni se nos ocurrió darles cancha preguntando, que cualquiera sabe que trapicheos raros se lleva esa gente. A posteriori nos comentaron que lo que hacen es cambiarte dinero por billetes falsos. En China, país de la falsificación, circulan muchísimos billetes falsos. Tanto es así que siempre que pagas con billetes grandes, en cualquier lado se los miran y remiran buscando unos “defectos estándar” que por lo visto tienen los billetes falsos. Se dice que parte de tanta falsificación proviene de Taiwán, que por hacer la puñeta a sus vecinos inunda el país con falsificaciones cada vez mejores. Si mal no recuerdo, en una película de James Bond el villano de turno planeaba hacer algo parecido.

Bueno, una vez avituallados económicamente salimos a descubrir la ciudad. Pasamos un par de días callejeando. Visitamos la calle vieja de Kunming, donde se halla un vibrante mercadillo de artesanías locales producidas en masa, material de ferretería, navajas suizas y otros gadgets. En este país es habitual el regateo, y uno debe hacerlo a conciencia y sin remordimientos en la ídem. Si eres occidental, te van a poner unos precios desorbitados. Una de las primeras compras que hicimos fue un mantel. Nos pedían de entrada 110 yuanes, lo compramos por 60 (“Y-voy-a-la-ruina Ling” creo que era el nombre de la artista de teatro... perdón, vendedora) y al cabo de una semana compramos unos cuantos más... por 40 cada uno.

Pasamos una mañana entera en el parque frente a nuestra casa: Cui Hu o “Parque del lago verde”. Es un lugar donde la gente, principalmente jubilados, se reúne para tocar música, cantar y bailar, hacer taichi, volar cometas, etc... Tuvimos la oportunidad de contemplar un corro de gente tocando y cantando, marcando el ritmo a una pareja que bailaba. Y todo el mundo se lo pasaba endiabladamente bien, ¡incluidos nosotros! En el video que acompaña esta entrada queda el testimonio gráfico de ese interesantísimo momento. Cui Hu es un lugar tan interesante de Kunming que probablemente le dedique una entrada del blog en el futuro.

Fuimos también a visitar la calle de las tiendas de CDs (según la RAE también se le puede llamar “cederrón”, y yo me río) y DVDs. Como es habitual, Judit y Oriol llenaron bien sus maletas entre bolsos y manteles étnicos y material audiovisual. En la calle de las tiendas de CDs y DVDs entramos un momento en uno de los megacibers que hay en cualquier esquina de Kunming para consultar nuestro correo electrónico y descansar un poco. La comodidad de sus sillones no es poca, aunque la velocidad de conexión es una patata.

Noche en el ciber de la calle de los CDs y DVDs

Comer en Kunming es fácil. Bueno, lo es si no eres demasiado remilgado, si te gusta el picante o, en su defecto, si sabes pedir cosas sin picante (saber decir “sin nada de picante” es aún mejor). En todas las calles hay minirestaurantes bastante y muy machacados. Suelen ser sitios sucios y de mobiliario desvencijado, pero están muy bien de precio. En la puerta de algunos de estos restaurantes tienen barbacoas donde te cocinan pinchos de todo: carne, pescado, verduras, ... Je, el olorcillo es muy tentador, la verdad. Y más de una vez acabamos comiendo un arroz con pinchos variados. El precio oscila entre uno y tres yuanes por pincho, siendo uno lo que deberían cobrarte y tres un timo. Obviamente, una noche nos colaron un gol y pagamos entre uno y medio y tres yuanes por pincho. Bueno... quizás no fuera tan timo porque estábamos en un restaurante de la zona de copas donde siempre te cobran bastante más porque están abiertos todo el día (y la noche).


El cocinero y su barbacoa. El gorrito del hombre denota que es un musulmán

Judit, Oriol y yo comiendo pinchos. Nótese la Coca-cola anti-picante

Ahora que lo veo en la foto, cuento esto de la Coca-cola. En Kunming se come muy picante. Con perdón, se come jodidamente picante. Así que es casi inevitable que alguna vez que otra te caiga algo de ello en tu comida. Si insistes un montón, no te lo ponen, pero como no lo hagas... De modo que más de una vez acabamos casi saltando y con la lagrimilla en los ojos. Para estos casos siempre llevábamos una botella de Coca-cola bien fresca, pues el negro líquido no sé qué tiene que hace que el picor desaparezca más rápido.

Una de las cosas más interesantes que hicimos estos primeros días fue ir a visitar el “Parque de las culturas”. Se trata de un parque temático al estilo del “Pueblo español” de Barcelona. Es una zona ajardinada enorme en la que hay reproducciones de las viviendas características de las diferentes nacionalidades que hay dentro de China, desde los mongoles del norte a la cultura thai del sur. En el interior de los edificios se encuentra escenas domésticas e información sobre las costumbres y tradiciones de la cultura en cuestión.

Lucía y yo frente una edificación de Tíbet

Templo de estilo thai

Un servidor en la entrada de un poblado chino de no sé qué etnia

Además, en cada zona hacen espectáculos de baile étnicos, al final de algunos de los cuales los bailarines enseñan al público a bailar (no os perdáis el final del vídeo de esta entrada). Al entrar te dan un mapa con los horarios de los bailes para que puedas ir moviéndote por el parque viendo todos los espectáculos. Estos espectáculos de baile incluyen bailes con elefantes, pues al sur de Yunnan hay un pueblo que los domesticó.

Baile con elefantes

Visitar este parque es una gozada si uno es amigo de la jardinería. El lugar es enorme, cuenta con varios estanques y zonas arboladas entre los que discurren pequeños senderos y grandes y hermosas flores crecen por doquier. Hay una plaza con estatuas de los doce signos del zodíaco chino. No pudimos evitarlo: nos inmortalizamos en la habitual pose tonta.


Hermosas flores del “Parque de las culturas”

Oriol y yo, nacidos en 1981, polleando

Uno entre muchos de los estanques y puentes del parque

Cuando cae la noche, el parque es iluminado por miles de farolillos chinos, tanto los típicos rojos con letras chinas en negro, como con formas de dragones y demás fauna mitológica. Claro está, no podían faltar los monigotes olímpicos.

Farolillos de los monigotes olímpicos

Antes del cierre, y en una especie de anfiteatro enorme que hay en el parque, tuvo lugar un magnífico espectáculo de música y danza. Hay quién dirá que los bailes típicos han sido desvirtuados en pos del mero entretenimiento, pero la verdad es que yo lo disfruté. El video que acompaña esta entrada muestra principalmente los bailes de este espectáculo. No me quedé con qué baile era de qué etnia, salvo los bailes mongoles, así que los he bautizado yo a mi manera con ayuda de Lucía. Por ejemplo, había uno en que unas chicas en pantalón tan-corto-que-dirías-que-es-un-cinturón bailaban suave y muy sensualmente y que yo bauticé inicialmente como “Las macizas”, y que rebauticé como “Flores de primavera” tras un sensato comentario de Lucía.

El espectáculo lo conducía un presentador-cantante tibetano ataviado con ropas de su etnia. Cantaba bonitas canciones, tocaba una especie de flauta corta y contaba chistes (quién sabe si eran buenos), introduciendo los diferentes bailes y conciertos. Hubo un poco de todo, bailes que parecían de Bollywood, bailes mongoles (los que más me gustaron a mi), un hombre que hacía música haciendo vibrar una hoja... Por cierto, este pobre artista llevaba una rama con hojas de la que arrancó una para hacer su número. Se paseó entre el público regalando hojas. Y algunos personajillos del tres al cuarto tuvieron a bien a ir acosando al señor, primero pidiéndole hojas mientras tocaba para luego, ante el caso omiso del artista, arrancar algunas por su cuenta. De todo hay en la vía del Señor, reza el refrán.

También hubo una señorita tocando una flauta de calabaza china; un cuarteto de violinistas de violín chino de una sola cuerda; un número pretendidamente humorístico en que un “supuesto espectador” se hacía cargo de una orquesta (que tocó algunas notas de Star Wars e Indiana Jones, cosa que me sorprendió estando en China); incluso tres bailarinas salieron a demostrar que no sólo saben de baile clásico marcándose un baile moderno en plan videoclip con ropa sugerente.

La verdad es que fue un espectáculo con cierto regustillo al señor Moreno y sus noches de fiesta, pero como se trata de una cultura muy ajena a la mía lo disfruté como un enano. Debo admitir que el hecho de la ligereza de ropa de ciertos numeritos ayudó a que pasara un rato de lo más entretenido. ¡Y eso que no entendía los chistes del presentador! Al finalizar el show nos dirigimos hacia la salida, quedándonos por ver aún otro espectáculo. En mitad del lago central (grandioso, por cierto) tuvo lugar un número de fuegos artificiales, láseres, música y baile sobre el agua. A pesar del cansancio acumulado y que no pude entretenerme leyendo toda la información cultural, fue una visita en la que goce de lo lindo. Hay quien dirá que todo es de cartón-piedra y que le falta cierto espíritu, pero a mi me pareció una buena manera de descubrir la amplitud cultural del gigante asiático en un impecable entorno verde.

Para finalizar, dejo el habitual video. En este caso he recogido el recuerdo gráfico relacionado con la música y el baile de China que experimentamos estos primeros días. Música y baile en y desde el corazón de la gente de este gran país.


La música y el baile en China (33 MB)

05. El puerto de Hong Kong

El de Hong Kong es uno de los mayores puertos del mundo, así que un aficionado al mar como yo no podía hacer menos que dedicarle una entrada del blog. Originalmente el nombre del puerto en chino significaba algo así como “Puerto pestilente”, pero actualmente una sencilla y minúscula modificación en la pronunciación lo ha rebautizado como “Puerto de los perfumes”. ¡Hay que ver la de giros que se le puede dar al lenguaje!

Situado en 22ºN 114ºE, en el Delta del Río de la Perla, fue cedida a los británicos en 1841 tras su victoria contra la China Imperial en la Guerra del Opio. Como siempre, los británicos se hicieron con un excelente puerto natural de inmejorable situación estratégica.


Victoria Harbour en el siglo XIX

Según datos de 2006, Hong Kong es la onceava mayor entidad comercial del mundo. En 2007 ciento quince países mantenían consulado en la ciudad, más que en ninguna otra ciudad del mundo. La mayor parte de exportaciones del puerto consisten en reexportaciones, principalmente de la China continental. Incluso antes de que China recuperara su soberanía, Hong Kong ya estableció fuertes relaciones comerciales e inversiones con la República Popular. La región autónoma sirve de punto de entrada para inversiones y recursos hacia la zona continental. También es punto de conexión de los vuelos entre China y Taiwán (recordemos que desde 1949 Taiwán se considera un país independiente de la República Popular y que sus relaciones no han sido muy amistosas hasta hace bien poco).

El puerto de Hong Kong siempre ha sido un factor clave en el desarrollo y prosperidad de la región, estratégicamente situada en las rutas comerciales del Lejano Oriente. Más de 220.000 embarcaciones recalan anualmente en el puerto, incluyendo buques de pasaje oceánicos y barcos fluviales. La terminal de contenedores manejó en 2007 casi 24 millones de TEUs (“Twenty-foot equivalent unit” o “Unidad equivalente de veinte pies”, contenedor estándar de dicha longitud). Como referencia, los contenedores movidos en Barcelona no llegaron a los 2.4 millones, una décima parte del tránsito de Hong Kong. Aún así, el principal sector económico de la zona es el financiero. Los mayores y más modernos rascacielos de la ciudad son las sedes asiáticas de bancos y entidades financieras de todo el mundo. Por otra parte, el primer gobernador de la nueva época de dominio chino fue un empresario naviero...

Y en mi experiencia personal disfruté como un enano viendo lo poco que un simple peatón con otros intereses turísticos puede alcanzar a ver. Básicamente descubrí que el puerto de Hong Kong lo constituyen multitud de terminales distribuidas entre todas las islas de la región autónoma: una terminal de contenedores acosada por rascacielos aquí, una central térmica con su embarcadero de carbón allí, un muelle de graneles allá, etc... Consecuentemente toda la amplia zona anda surcada ininterrumpidamente por multitud de barcos en todas direcciones.

Victoria Bay, con su Victoria Harbour, es la zona más turística de la ciudad. Y para poder disfrutarla a tope navegan por la bahía los míticos “Star Ferry” que ya comenté algo por encima en la anterior entrada. E, increíble, considero su precio muy barato: 45 dólares de Hong Kong por persona. ¡Qué carajo! No me importa repetirme. En primer lugar quiero que veáis el bonito uniforme de los marineros de la compañía.


Marinero de “Star Ferry” en traje de faena

“Star Ferry” gemelo de aquél en que surcamos Victoria Bay

Estos ferrys de aspecto viejo están perfectamente conservados y su interior está decorado en madera de gran calidad, creando un ambiente de lujo de tiempos pasados a bordo. Una vez a bordo nos instalamos en la cubierta exterior, sin saber si seria proa o popa pues estos barcos navegan en ambos sentidos. Para los tecnicistas, acabamos en la popa o culo el primer rato de navegación, aunque yo elegí creyendo que iríamos en proa (“Y eso es un graaave error” que decía Jack Slater); pero luego, a medio trayecto, el barco amarró en una terminal al otro lado de la bahía y nuestra cubierta acabó siendo proel.

Lucía, Judit y yo en la cubierta de un “Star Ferry”

La travesía fue una gozada. Pude ver bien de cerca dos curiosos tipos de portacontenedores de Hong Kong. Curiosos por su tamaño y por la distribución de su superestructura. El primer tipo, al que llamaré grande, tiene una capacidad de unos 18 TEUs (estimación hecha a simple vista por un aficionado como yo). El puente se sitúa en el castillo, a tope de proa y la habitabilidad en la toldilla, a tope de proa. Vi a unos cuantos navegando, con y sin carga, y había uno que tenía un exagerado asiento positivo (la proa mucho más levantada que la popa). Desgraciadamente, ése ni lo grabé ni le eché una fotografía.


Portacontenedores local grande en lastre

El segundo tipo parece un barco auxiliar para tareas de remoción o reubicación de contenedores en la terminal. Debido al poco espacio junto al mar (las laderas de las montañas llegan a tocar de mar muy empinadas) imagino que les debe ser difícil crear los espacios para la circulación de los vehículos terrestres destinados a tal fin, así que quizás les sea más sencillo usar este método. El caso es que os aseguro que los contenedores se apilan junto al mar y que entre ellos no se ve espacio libre alguno para que pasen vehículos de tierra, por lo que creo que mi deducción está bastante fundamentada.

Bueno, sigamos con el tema. Este tipo de barcos no parecen más que una plataforma flotante con toda la superestructura en la toldilla y una enorme grúa (en comparación con el tamaño del resto del buque) situada en el castillo, a tope de proa. Su capacidad parece limitada a seis u ocho TEUs.


Portacontenedores local pequeño

Vista una terminal de lejos, de esas situadas en lugares imposibles y aparentemente inaccesibles, parece que esté rodeada de unas grúas ya obsoletas, sin nada que ver con las modernas grúas de contenedores. Pero en realidad lo que uno está viendo son un montón de estos pequeños portacontenedores amarrados a lo largo de todo el muelle.

Portacontenedores local pequeño amarrado en una terminal


Portacontenedores locales pequeños abarloados en una terminal

Otra de las cosas de la que es inevitable darse cuenta en el puerto de Hong Kong es su importancia en las rutas de los cruceros de placer. Doquiera uno mira... ve un crucero. Desde pequeños hasta enormes, su blanca silueta se recorta sobre un fondo de rascacielos. Y la mayoría de los que vi pertenecían a líneas asiáticas o, por lo menos, los nombres pintados en sus costados estaban escritos con caracteres chinos. La verdad es que cuando uno piensa que conoce la mayor parte de líneas de cruceros (cosas de haber estudiado y trabajado en el sector turístico), o en el orgullo que uno sentía al saber que en Barcelona hubo amarrados ocho grandes cruceros a la vez y luego se encuentra uno en medio del puerto de Hong Kong... “y el Jordi no tuvo nada más que decir”.

Y, ¡oh, cuán grata sorpresa mi primerita mañana en la ciudad! En el corazón mismo de Victoria Bay, en el extremo sur de Kowloon donde cogimos el “Star Ferry”, había unas instalaciones que eran tanto un enorme centro comercial como una terminal de pasaje, con capacidad para seis u ocho grandes buques. Y allí había amarrado un precioso crucero de líneas clásicas, para hacerme babear un buen rato. ¡Una verdadera joya a ojos de este aficionado!


Crucero amarrado al sur de Kowloon, cerca de Chungking Mansion

Desgraciadamente no tuve tiempo para intentar localizar y visitar el mítico puerto chino de Hong Kong, aquél en el que se ven cientos de pequeñas embarcaciones chinas, sucias, viejas, descuidadas y abarrotadas de gente viviendo en ellas, abarloadas unas a otras sobre un mar lleno de desperdicios. Ese lugar en el que en las películas siempre se pierde el malo al final de una persecución por tierra. Pero si bien no di con tal sitio, sí que tomé algunas fotografías del mencionado tipo de barco. Se trata de unas embarcaciones con un peculiar casco, de popa ¡y proa! de espejo muy anchas y con una superestructura característica situada normalmente a popa. Parecen cumplir múltiples propósitos: desde el paseo de turistas hasta el transporte de mercancías o la pesca. De hecho, estando en el teleférico de Ocean Park, divisamos a toda una flotilla partiendo de un puertecito menor hacia mar abierto. Sin duda, una tracción más del puerto de Hong Kong.

Embarcación menor típica de Hong Kong

El último punto sobre el que quería escribir es la marina deportiva. La región de Hong Kong es un entorno paradisíaco. Las más de doscientas islas que forman el archipiélago cuentan con idílicos fondeaderos donde pernoctar. Hay puertos deportivos por todas partes en los que amarrar y disfrutar de instalaciones de primer orden, siempre atentas a los deseos de los navegantes locales, puesto que... ¿no habíamos dicho que Hong Kong es una ciudad en la que se mueve muchísimo dinero?

Fondeadero deportivo en Repulse Bay

Puerto deportivo de Aberdeen

Sin haberlo comprobado a posteriori, me pareció que el número de amarres de la zona era altísimo y muy bien acondicionado para todo tipo de barcos, especialmente los de gran lujo. Sobre los rompeolas de dichos puertos asomaban multitud de preciosas siluetas de yates y embarcaciones turísticas de lo más curiosas (por lo visto, a los chinos les encantaba y les encanta hacer barcos que más parecen templos -también por lo cuadrado de su forma- que no embarcaciones). Sin duda, la marina deportiva de Hong Kong debe ser una de las mayores y mejores del mundo.

Barco-templo turístico amarrado en un puerto deportivo de Kowloon.
Puede apreciarse el coronamiento de popa sobre el rompeolas


Hong Kong es, sin duda, uno de esos puertos que ansío visitar de forma profesional. Debe ser interesantísima la organización de la autoridad portuaria para manejar el enorme tráfico a lo largo de tantísimas terminales diseminadas en tan amplio espacio. Por no mencionar que es casi seguro que en Hong Kong uno puede avistar los mayores portacontenedores del mundo, pues en su hinterland se encuentra una de las mas industrializadas áreas de la China globalizada.

Espero que los aficionados a los temas marítimos hayáis disfrutado de este artículo como yo disfruté tanto visitando el puerto como rememorando mis experiencias para este escrito. Sin más que añadir, y cómo viene siendo habitual en mis entradas, os dejo con un resumen audiovisual de mi visita al interesantísimo puerto de Hong Kong.




Puerto de Hong Kong (59 MB)

04. Hong Kong

Hong Kong es una extensión de territorio chino que hasta 1996 perteneció al Reino Unido. Tras un siglo y medio (aproximadamente) de dominación británica, China recuperó el control de dicha zona, formada por una península y un buen puñado de islas e islitas. El gobierno chino ha denominado a todo el área “Hong Kong Special Administration Area” y le ha aplicado un régimen administrativo distinto al del resto del país, para que la asimilación a la nueva situación política no sea traumática. No hay que olvidar que Hong Kong puede considerarse uno de los centros financieros más importantes de todo Asia, confluencia de los mercados orientales y occidentales (y eso engloba un mercado de miles de millones de personas),... Tanto es así que la ciudad se ha creado el eslogan: “Hong Kong, Asia’s World Market”. Mejor no jugar con la gallina de los huevos de oro ¿verdad que sí?

Lo que conocemos por Hong Kong no es sólo una ciudad, bueno, sí que lo es. Más bien parece un conjunto de localidades que comparten el mismo nombre pero que se esparcen a lo largo y ancho de todo el territorio, puñado largo de islitas incluidas. El corazón de la metrópolis es Victoria Bay, rodeada de innumerables y gigantescos rascacielos tanto de Kowloon, al norte (que incluye Tsim Sha Tsui y Chungking Mansion -ver anterior entrada del blog-), y Hong Kong Island al sur.


Victoria Bay y la impresionante fachada norte de Hong Kong Island

Por otra parte, algo que sorprende es que, hasta en los lugares más alejados y aislados, se pueden encontrar los rascacielos de viviendas tan característicos de Hong Kong. Rascacielos con más de treinta plantas de minúsculas viviendas en lugares rodeados de vegetación y alejados del corazón de Hong Kong... a pesar de contar con muchísimo lugar donde construir. Una vez alguien me dijo que la gente de Hong Kong prefería vivir cerca de los centros comerciales, los servicios y los medios de transporte, y nada más llegar comprobé que allí donde hay una estación de tren, se apiñan los rascacielos con un montón de parques y bosques a su alrededor. Por ejemplo, la cara sur de la isla de Hong Kong está salpicada de núcleos de enormes rascacielos rodeados de lujosas villas residenciales, construido todo ello a orilla del mar o en puntos privilegiados en medio de las boscosas colinas de la isla. E incluso junto al aeropuerto, a 45 minutos en coche del centro, hay apiñados un buen puñado de estos grandes edificios... porque hay una estación de tren y líneas de autobuses.

Aberdeen, entre el mar y las montañas emerge este barrio al sur de Hong Kong Island

Repulse Bay, los rascacielos motean una isla paradisíaca

El famosísimo skyline de la ciudad sorprende no sólo por la altura y diseño de sus edificios sino también por estar al borde del mar, sobre unas islas montañosas cubiertas por densos bosque. Esa es una de las grandes y más atractivas peculiaridades de la ciudad: en Hong Kong uno no tiene la sensación de encontrarse en una jungla de asfalto, pues hasta en el mismísimo centro de la ciudad uno siente la naturaleza a no más de un kilómetro. Además, los parques de la ciudad son encantadores: grandes y con muchas y variadas instalaciones. En ellos hay desde fuentes, jardines y cenadores hasta pistas deportivas, prados de hierba y circuitos para hacer ejercicio. Y si no queda espacio para un gran parque, por doquier se encuentran pequeñas plazas con una cancha de baloncesto, un parque infantil o un pequeño jardín. Un improvisado partidillo en una media cancha de baloncesto rodeada de altísimos edificios es una singular estampa que uno difícilmente olvida.

Victoria Park, los rascacielos flanqueando al gran parque del centro de la ciudad

Hong Kong es una ciudad cosmopolita y multicultural, donde uno no se siente fuera de lugar pues aunque dominan los asiáticos se encuentra gente de todas las razas por todas partes. Y, a pesar de su enorme población, es una ciudad limpísima que ha conseguido incluso erradicar la costumbre china de escupir al suelo (a base de duras multas, por cierto). Todas las calles cuentan con locales comerciales y en ellas nunca faltan restaurantes, bares e incluso supermercados abiertos veinticuatro horas.

Las calles de Hong Kong siempre cuentan con una fuerte actividad comercial

Moverse por ella resulta bastante agradable, pues las aceras suelen ser amplias y están en buen estado y cuenta con uno de los mejores sistemas de transporte urbano del mundo. Una vía discurre por el sur de Victoria Bay, Hong Kong Island, de este a oeste, transitada por tranvías de dos pisos. Estos vehículos, auténticas joyas de anticuario excelentemente conservadas, están íntegramente decorados con siempre elegantes anuncios publicitarios. Su frecuencia de paso es excelente y en menos de medio minuto tienes un tranvía en la parada. Y encima su coste es casi ridículo: 10 céntimos de euro por trayecto, aproximadamente.

Tranvía de dos pisos de Hong Kong

El metro de Hong Kong, famoso donde los haya, ofrece también una muy buena frecuencia de paso. Y si es preciso hacer algún cambio de línea, los convoyes están perfectamente coordinados para que al hacer el pasajero el recorrido de trasbordo, se encuentre con el siguiente convoy esperando su llegada. De todos modos, a diferencia y para gloria de mi querida Barcelona, el metro de Hong Kong cierra sus puertas a las 0200 de la noche todos los días, eso sí. Y allí donde no llegan ni metro ni tranvía, Hong Kong dispone de los famosos autobuses de dos pisos británicos (modernos, no los clásicos londinenses) que tanto recorren el corazón urbano como conectan los distintos núcleos de rascacielos esparcidos por todas las islas. Claro que, estos grandes autobuses no son aptos para zonas de callejuelas ni para cortas distancias pues su consumo es elevado. A tal efecto, y tal como ya se hace en Barcelona desde hace algunos años, Hong Kong dispone de una flota de minibuses de aspecto muy simpático que uno se va encontrando hasta en las callejuelas más recónditas de la ciudad.

Minibús de Hong Kong

Y para rematar la jugada, los taxis son realmente baratos. Me fijé en que todos eran el mismo modelo de coche y en cuanto cogimos un taxi aproveché para hacerle algunas preguntas al conductor. Resulta que los taxis de Hong Kong funcionan con gas natural, que está subvencionado, y por eso el combustible les sale más barato. De ahí que todos los coches sean el mismo modelo de la casa Toyota, pues imagino que debe ser la única que fabrica motores de automóvil de tal tipo. Para que os hagáis una idea, una carrera de 10 minutos sale por unos dos euros y medio. Si tenemos en cuenta que, salvo la comida que es bastante más barata, los precios de Hong Kong quizás solo sean un diez por ciento más baratos que los de Barcelona, se puede decir que ir en taxi es algo realmente asequible. Aquí os dejo una foto de uno de esos taxis, cuya pintura es tan representativa de la ciudad como lo es la de los de Barcelona.

Taxi a gas de Hong Kong

Hong Kong es una ciudad que dispone de muchos lugares de interés turístico y por eso los casi cinco días enteros que pasamos en la zona se nos quedaron algo cortos. La misma noche de nuestra llegada, la ciudad nos brindó una cálida bienvenida mostrándonos su luminoso aspecto nocturno de urbe moderna y Nathan Road y sus alrededores, Chungking Mansion incluida, nos parecieron un lugar lleno de maravillosas diferencias por descubrir. Impulsados por el hambre nos perdimos por los aledaños de nuestro hostal en busca de un restaurante. Hong Kong está llena de ellos, siendo su mayoría locales de pequeño tamaño (no mucho más de una docena de mesas) con especialidades chinas mezcladas con algunos platos occidentales. Y la mayoría tienen unos muy aceptables precios: cada ágape nos salía por algo menos de 7 euros.

Lucía y yo en un pequeño restaurante en los aledaños de Chungking Mansion

Nuestro primer día en la ciudad empezó de forma algo desorientadora, no sabíamos ni por dónde empezar a mirar. Así que echamos a andar Nathan Road hacia el sur hasta el puerto (¿adivináis quién insistía en ir en esa dirección?). Una vez allí dimos un par de vueltas buscando dónde comer y, al volver al puerto, decidimos embarcar en una especie de Golondrinas llamadas “Star Ferry” que cumplen función de trasbordador entre islas pero que, como en Barcelona, también ofrecen un paseo turístico por toda Victoria Bay. El barco, de diseño algo antiguo, estaba en perfectas condiciones. Llamaba poderosamente la atención tanto su simetría proa-popa, como las Golondrinas barcelonesas navega tanto en un sentido como en el otro, como su marcado arrufo (esa curvatura que hace que su forma parezca aplatanada). Su interior, forrado y amueblado de madera, albergaba una pequeña barra de bar y varias mesas de juegos chinos, de cartas y simples. Y en proa y popa (recordemos la simetría) ofrecía unas magníficas cubiertas con sillas de plástico que no dudamos en ocupar para disfrutar del espléndido paisaje urbano.

Hong Kong Island con gemelo de nuestro barco en primea línea

En general, fuimos algo desorientados todo el primer día en la ciudad. Afortunadamente Lucía tiene familiares que viven en Hong Kong y quedamos con Julia, una prima lejana suya, para subir a Victoria Peak, la cima que domina Hong Kong Island. Fue para alucinar. Julia disfruta de una holgada posición económica y, cuando nos vino a recoger una mini furgoneta de lujo conducida por un chofer nos quedamos asombradísimos. Sólo con mencionar que las puertas de pasajeros de ambos lados se abrían automáticamente queda todo dicho...

Una furgoneta con chofer para llevarnos por Hong Kong

En la cima nos encontramos con Julia y una amiga suya. Para rematar la jugada, vimos llegar a ambas mujeres cada una con su coche: Julia en un pedazo de Lexus dorado y su amiga Amenda en un enorme Mercedes. La vuelta al hostal en esos coches fue como una película, no sólo por el lujo sino sobretodo porque en Hong Kong conduce todo el mundo a toda leche. Efecto que se maximiza cuando las calles son empinadas y estrechas. Pero antes de bajar de Victoria Peak volvimos a ser invitados a cenar, en esta ocasión en un restaurante del centro comercial situado en el pico de la montaña. Centro que, como característica notable junto a su ubicación, cuenta con un edificio en forma de yunque y desde el que disfrutamos de unas inmejorables vistas de la bahía de noche.

Julia, la prima de Lucía, Lucía, yo, Judit y Oriol en Victoria Peak

Algo que sorprendió tanto a Amenda como a Julia fue que nos alojáramos en Chungking Mansion. Nos dijeron que era un lugar en el que la policía no se atrevía a entrar, que era un nido de ladrones, una ratonera en caso de incendio (cosa que había sucedido hacía algunos años), que nuestro equipaje no estaba a salvo en sus hostales y otras cosas por el estilo. Estaban realmente asombradas y Julia, aprovechando que iba a reformar el interior de su piso y que se alojaba momentáneamente en otra casa, nos insistió en que nos mudáramos a su piso. Como entre nuestro equipaje figuraba el material informático de Lucía, pues acabamos aceptando. Imagino que también influiría el hecho de que Chungking Mansion parece ajustarse a la descripción que ambas mujeres nos dieron. Y no veáis qué cambio supuso ir a su casa. Situada en un alto piso de una enorme torre de viviendas del mismísimo corazón de la ciudad, contaba con una criada viviendo en su interior.

Exterior de la vivienda de Julia

Durante la cena de la noche anterior, en Victoria Peak, nos informaron que el parque de atracciones Ocean Park es un lugar de Hong Kong que hay que visitar y que se encuentra en la vertiente sur de Hong Kong Island. Así pues, la mañana siguiente el chofer nos volvió a llevar de viaje en la extrema comodidad de esa furgoneta. Y nosotros seguíamos flipando. Aquél día queríamos visitar la parte menos urbanizada de Hong Kong Island, es decir, su vertiente sur. Nuestro objetivo era pasar la mañana en Ocean Park y la tarde en Stanley y su, por lo visto, famoso mercadillo de artesanía.

Al sur de Hong Kong Island visitamos Ocean Park y Stanley

En Ocean Park pasamos la mañana entera, básicamente visitando sus instalaciones zoológicas. Vimos pandas, delfines, tiburones, peleas de focas e hice un poco el congrio (os recomiendo que le echéis un vistazo al vídeo que hay al final de esta entrada).

Un panda de Ocean Park

Las focas “WWF Pressing Catch” de Ocean Park

Yo casi haciendo el congrio. Lucía no, claro

Por la tarde marchamos un poco más al sur, al mercadillo de artesanía y de todo un poco de Stanley. En esta ocasión, el mercadillo consistía en un edificio de estrechos pasillos y abigarradas tiendas. Pero la mayor sorpresa no fue el mercadillo, sino la calita de Stanley. Disfrutamos del solaz y descanso de una pequeña playa de aguas cristalinas situada al final del mercadillo, en cuyo borde había unas pintorescas y diminutas casitas de pescador. Luego, nos perdimos por unos estrechos aunque agradables callejones en busca de algún restaurante. Echad un ojo a las fotos para comprobar lo agradable del ambiente de Stanley.

Lucía y Judit en la playa de Stanley Market

Agradables callejuelas de Stanley

Llegó la hora de partir y cogimos un autobús de dos pisos para volver al palpitante corazón de la ciudad. ¿Recordáis lo que os dije sobre cómo se conduce en Hong Kong? Pues los autobuses no son una excepción. Ir en el segundo piso de aquel autobús circulando muy deprisa por una sinuosa carretera que subía y bajaba junto a empinadísimas cuestas cubiertas de árboles nos mareó un poco a todos, pero fue espectacular (sobretodo la bajada hasta el centro de la ciudad).

Una vez allí cogimos el metro y nos fuimos a reunir con Livin, un chico de Hong Kong que hacía un par de años habíamos acompañado de visita por Barcelona. Él tuvo a bien devolvernos el favor y nos acompañó a varios de los lugares más simbólicos de la ciudad (tengo la sensación de estar siempre repitiendo los mismos adjetivos). La primera noche nos llevó a la parte norte de Nathan Road (Chungking Mansion quedaba en la parte sur de la calle) donde nos echamos las ineludibles fotos que todo el que pisa la ciudad debe hacerse.

Nathan Road nocturna. De izquierda a derecha: Oriol, Judit, yo y Lucía

Nathan Road nocturna. Livin, nuestro guía de la ciudad

Tras las fotos de rigor Livin nos descubrió Temple Street, un mercadillo con todas las de la ley en que uno puede encontrar de todo, desde ropa de imitación o tradicional china hasta electrónica barata (transistores y tal) y material sexual (era espectacular la paradita llena de consoladores y material sado regentada por una viejecita china toda arrugada). El lugar es un enorme tinglado que ocupa varias calles de la ciudad cada noche de 2000 a 0200. Especial mención a la sección dedicada a la futurología. Ya sea leyendo la mano, tirando las cartas o haciendo que un pajarito te elija un sobre, en ese medio centenar de paraditas uno puede pagar para que le digan qué esperar del Destino. Ahora, lo mejor son los restaurantes que hay en medio del mercadillo. Uno va andando entre paraditas cuando, de repente, se encuentra rodeado de mesas llenas de gente. A lado y lado de la calle, restaurantes abiertos muestran bandejas llenas de sus productos frescos, especialmente marisco, y sus fogones esparcen aromas y calor entre el personal.

Restaurante abierto de Temple Street. Los fogones en primer término

¡Todo fresco! Elija y en un periquete se lo cocinamos en sus narices

Y allí, Livin nos invitó a compartir una sabrosa cena. Madre mía, cómo comimos aquella noche...

... una tortilla de ostras rey,...

... arroz con salchicha dulce,...

... escamarlanes,...

... un plato de verdura china,...

... un bol de algo que no recuerdo pero que estaba riquísimo...

... y unas buenas cuantas botellas de Tsing Tao.

Cerveza casi universal en China que según la actual normativa se escribe “Qing Dao”. ¡Acabamos realmente contentos tras aquella cena!

Cena de marisco liquidada. ¡La alegría salta a la vista!

Livin nos llevó luego a ver la bahía de la ciudad. De camino a allí descubrimos algo que, como venía siendo habitual, nos dejó asombrados. En un restaurante de Nathan Road tenían unas peceras. Y en ellas había marisco y peces.

Restaurante de Nathan Road con peceras y súper pez

Se suponía que los edificios de la bahía debían estar todos iluminados pero debido a lo tardío de la hora en que llegamos la mayor parte de edificios ya tenían apagadas sus luces. A pesar de ello, la vista era espléndida y nos echamos las consabidas fotografías que, al ser de noche, quedaron en su mayoría bastante mal. A continuación fuimos a la zona de bares de moda de la ciudad. Situada en unas empinadas y cortas callejuelas de Hong Kong Island, Lan Kwai Fong está llena de bares de estilo occidental, mayormente británico. Desgraciadamente, los precios también son de ese estilo y no tomamos más que un par de cervezas... Heineken y Carlsberg. ¡Jajaja! Livin celebraba su cumpleaños y se fue a buscar a sus amigos. Obviamente nos invitó, pero con el desfase horario y el cansancio que llevábamos declinamos su invitación. Fuimos a tomarnos la pinta de Carlsberg (lo sé, lo sé, pero es que era lo poco que había más o menos de precio aceptable) y al rato echamos a andar de vuelta a casa de Julia.

Judit, Oriol, yo y Lucía en el exterior de un bar de Kwai Lan Fong

Durante el resto de nuestra estancia nos movimos básicamente por la zona de Victoria Bay. Las calles de Hong Kong Island tienen unas diminutas entradas cargadas de rótulos que invitan a visitar centros comerciales especializados. Si uno se atreve a subir sus gastadas escaleras se adentra en una especie de pequeños pasillos copados de aún más pequeñas tiendas, en nuestro caso visitamos uno especializado en informática, cosa nada extraña teniendo en cuenta que Oriol es un informático fan de su trabajo. Y, si bien los precios eran algo más baratos que en España, había algo que sí que valía la pena mirarse. Los ordenadores Mac eran quizás un quince por ciento más económicos. Y con los precios que tienen eso ya es un buen ahorro. Debo añadir que, resulta gracioso, tardamos unos cinco minutos en encontrar la salida entre tanto pasillito y minitienda. Y no sólo son estos minicentros comerciales los que ocupan las primeras plantas de los edificios. En general, asoman a todas las calles pequeñas porterías llenas de carteles anunciando los negocios que bullen en su interior: grandes, lujosos restaurantes u otros pequeños y “cutres”; consultas médicas; saunas con “algo más”; bufetes de abogados; zapaterías; tiendas de deportes; gimnasios;... todo lo que a uno se le pueda ocurrir, lo puede encontrar tras una de estas misteriosas porterías.

Entre otras cosas recorrimos las calles de Hong Kong en tranvía, tomamos un tradicional desayuno cantonés con Julia, su hija menor y sus padres, nos fijamos que...

... en Hong Kong también tienen Vespa, ...

... que saben hacer graffitis muy chulos y didácticos (lo cortés no quita lo valiente),...

... visitamos Victoria Park, el pulmón de la ciudad, y... Amenda, la amiga de Julia, organizó una barbacoa en su piso para el Día Nacional de China, que es el primero de octubre. La barbacoa tuvo lugar al atardecer en las áreas comunes del, cómo no, enorme rascacielos, también cómo no, en el centro centrísimo de Hong Kong. No creo que sea necesario decir qué coches había aparcados en el parking. Aún me río recordando una cena algo incómoda, pues allí había gente que hablaba muy distintos idiomas y que provenía de estratos sociales algo distintos. Bueno, a algunos nos resultaba “especial” que de hacer la carne y toda la faena se encargaran las tres criadas filipinas de las tres familias locales con las que cenamos. Fue una pena que no lográramos establecer una buena conversación, pues ni el chino de Lucía se parece al que ellos (perdón, ellas: no había ni un solo hombre salvo Oriol y yo) hablaban y el inglés tampoco era ni nuestro ni su fuerte. Cuando llegó la hora de los fuegos artificiales, subimos al lujosísimo piso de la familia de Amenda y observamos el espectáculo desde tan privilegiada ubicación. Disfrutar de los fuegos no disfrutamos mucho, pues nos quedaban algo lejos y medio ocultos tras otros rascacielos, pero pardiez si no era una gozada contemplar la ciudad desde aquella altura. Mirad, mirad...

Vista desde el piso de Amenda

Y con eso, llegamos al final de nuestra estancia en Hong Kong. La ciudad dejó en mi un muy agradable recuerdo y la sensación de haber visitado una de las mejores ciudades del mundo. Le puede quedar un regustillo amargo a uno al contemplar rascacielos recién construidos, impecablemente diseñados y muy bien acabados junto a viejos bloques de viviendas con aparatos de aire condicionado, tuberías y cables colgando de su fachada, sucia y muy deteriorada por la humedad. Pero, como es lógico, es imposible que un edificio de hace más de veinte años esté en las mismas condiciones que uno moderno. Y, de todos modos, dicho contraste le da encanto y carácter a las calles de la ciudad.

Muy a pesar de Chungking Mansion, en Hong Kong uno no se siente ni extraño ni amenazado. En todas partes me sentí seguro, y el hecho de que todo esté tan limpio creo que tiene bastante que ver. Y, en cuanto a seguridad, tienen tan asumido que hay que hacer las cosas para que nadie salga herido que en los pasos de peatones hay una flecha pintada junto a la acera que te dice hacia qué lado debes mirar antes de cruzar, pues en Hong Kong el sentido de la circulación es inverso al del de casi todo el mundo, incluida la China continental. Cosas de la herencia británica. En Hong Kong, nos han asegurado sus residentes, trabaja todo el mundo muchísimo. El impresionante parque automovilístico, desde coches y furgonetas a motos de gran cilindrada, así como la gran cantidad de hoteles, restaurantes y bares de lujo que hay a lo largo de todas sus principales calles, deja intuir que se mueven montones de dinero,. Ciertamente Hong Kong es un lugar cosmopolita, abierto al mundo y en el que debe ser agradable vivir si a uno no le molesta ni un clima bastante caluroso y húmedo ni una arquitectura en lucha hacia el cielo. Por lo que a mí respecta, no me importaría ser residente en esa ciudad.

Y, tras el habitual tostón de texto, dejo a modo de resumen un par de vídeos de nuestra buenísima experiencia en la magnífica ciudad de Hong Kong, “Asia’s World Market”.




Viaje en trasbordador por Victoria Bay, centro de la ciudad (42 MB)



Lo que vivimos en Hong Kong (52 MB)